Hacía tiempo que no iba a ver tan descaradamente una película con palomitas. Fui preparado, llegué al Cine más comercial que conozco, no voy a decir nombres, pisé la moqueta del enorme pasillo rodeado de plvs publicitarios gigantes de los films en cuestión. Por supuesto, me hice una fotografía con una imagen de King Kong y me dispuse a comprar una cerveza y un cuenco de palomitas que tomé en la espera de la sesión. Sabía lo que me iba a encontrar. Kong, La isla calavera, es la cuarta entrega del clásico del gorila gigante, quintaesencia de la virilidad y la violencia masculina, aunque la Bella y la Bestia, film que se proyecta en esta misma temporada –en una más que edulcorante versión- nos podría dar una reflexión mucho más interesante sobre esta interpretación.

El caso es que el clásico de la ciencia ficción King Kong, y el cuento de La Bella y la Bestia han ido evolucionando no siempre a mejor, desde el clásico de 1933 dirigido por Meriam Caldwll Cooper y Ernest B. Schoedsack, o el primer film de la Bella (1945), dirigido por el poeta, novelista y dramaturgo Jean Cocteau. La relevancia que estas historias, bien tratadas, en su sentido simbólico, han tenido en la historia del cine y también en la literatura, son de una profunda trascendencia. Kong, ha pasado del clímax sexual en la versión de 1976, película dirigida por Jhon Guillemin con una exuberante Jessica Lange donde había kilos de erótica, en la mano del gorila, a una edulcorada velada de patinaje...

Peter Jackson, King Kong (2005) ya nos lo planteo en el Central park, eran otros tiempos, eso sí, seguíamos visitando la isla Calavera, el santuario del gran mono, en un metraje largo, pero con un decente guión que nos llevó a su NY final, respetando la narrativa tradicional.

En esta entrega, el film tiene momentos sorprendentes, incluso brillantes, la escena de los helicópteros, la llegada a la isla Calavera y el primer encuentro con Kong es memorable, unas imágenes contundentes, lo suficientemente sucias con un montaje trepidante, lleno de fuerza y destrucción.

King Kong es enorme, más grande que nunca, demoledor. El director Jordan Vogt-Roberts, tenía claro que del argumento no se le podía sacar gran cosa y los personajes, demasiados, con un corto metraje no pueden ser más de lo que son. Había que cargarse a alguien que podía haber tenido peso en la línea narrativa, para así poder avanzar la acción y seguir matando bichos como si fuera un videojuego.

El film, una película de aventuras que entretiene, puede plantear la deriva de los anhelos de grandeza de los dos personajes más maduros, que interpretan Samuel L Jackson y John Goodman, dos perfiles con su particular batalla, que al fin y al cabo son los detonantes de la acción, junto a otro personaje que se nos hace más que interesante, porque ha entendido por qué existe el gran Kong. Interpretado por John C. Reilly, el casi-nihilista sargento Hank Marlow, lleva 28 años apartado de la civilización desde la II guerra mundial, es uno de los personajes claves que se hacen querer. Pero el film no es sino la consecución de constantes escenas de lucha y supervivencia frente al personaje central, ¿cuál?

¿King Kong, los lagartos gigantes, los bichos...? La isla Calavera, un espacio en el imaginario de todos, que, en este film es probablemente el mejor descubrimiento, darle valor a un lugar, hacer de él un espacio donde poder desarrollar futuras historias. Kong es ya, no la figura masculina frente a la femenina, es el guardián del estatus quo, incluso de la paz. Un monstruo muy grande con corazón, y por tanto conciencia. Sí, la chica le calma, el gran simio es sensible a la ternura, como todo ser humano... menos, los militares aturdidos por la derrota en Vietnam, o los científicos obsesionados por su afán de notoriedad.

La mano de la bestia protegerá una vez más a la belleza, eso no falta, al igual que Frankenstein.