Muchos consideran que la especie humana es la más perfecta de todas. Razones sobran para defender esta afirmación; pero, como ese no es nuestro propósito, basta con mencionar solo dos, a saber: el hombre es un animal superior porque posee razonamiento, es la raza más perfecta porque puede desarrollar un lenguaje. Sin embargo, hay ciertos vicios que empalidecen esa perfección, entre ellos destaca el fanatismo. Este, si se sabe llevar, no es negativo; pero si no, puede conducir a las personas a comportarse de forma inapropiada, de manera irracional.
¿Qué dice la academia?
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE) el fanatismo se define como el «apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas». A esto último, para ir contextualizando nuestra opinión, debemos agregar las pasiones deportivas.
En la mayoría de países de occidente se practican deportes como el baloncesto, el béisbol y el fútbol. No nos oponemos a que las personas expresen sus inclinaciones hacia los equipos que, por cuestiones familiares, geográficas y hasta románticas, despiertan su favoritismo. La cuestión es ¿hasta dónde es aceptable nuestro fanatismo y hasta dónde este puede ser considerado como irracional?
¿Hasta dónde?
Es aceptable que las personas defiendan a sus equipos en los torneos locales. Cada quien tiene el derecho, y hasta el deber, de levantar sus colores con vehemencia aún en las situaciones más adversas. Lo inaceptable es que muchos hinchas protagonicen altercados que pueden terminar con saldos lamentables. Situaciones violentas que deslucen los eventos deportivos.
Esto se debe a que su fanatismo les hace olvidar que el deporte es una actividad que promueve, o debe promover, la fraternidad. También es cuestionable que, finalizado ciertos certámenes, algunos se despachen en las redes sociales con comentarios que denigran al equipo que ganó y, por tanto, representará al país en competiciones internacionales.
Es triste que estos «ciudadanos», cegados por el dolor de la derrota, expresen su apoyo a representaciones extranjeras dejando de lado la suya.
Esta actitud no es propia de un fanático que ama a su equipo, pero no olvida que pertenece a una bandera más grande, más representativa. Una que engloba todos los colores y reúne a todos los conjuntos. Reventarse a golpes u ofensas con otros y favorecer a una patria ajena son pruebas contundentes de que algunos «compatriotas» padecen fanatismo irracional.