Al decir de Jorge Luis Borges, un 28 de agosto nacía, al otro lado del Riachuelo que divide la ciudad capital argentina de la Provincia de Buenos Aires, zona brava de malevos y duelos de guapos de antaño, un tal Ángel Clemente Rojas, uno de los futbolistas más importantes de la historia del "Xeneize".

Dotado de una excepcional habilidad, una elegancia y una suprema astucia, gambeteaba de una forma que resultaba infernal con su quiebre de cintura que dejaba parados a los rivales, tal que aún hoy en día es difícil de encontrar, a pesar de la indiscutida habilidad de Messi, Maradona y tantos otros.

Logró consagrarse cinco veces campeón con el equipo de sus amores.

En una entrevista personal, el ex crack bostero manifestó que a su humilde criterio, el mejor jugador boquense de los actuales, que él pudo percibir, fue Juan Román Riquelme, sin que ello signifique negar las genialidades de otros que pasaron por la Bombonera. ¿Quién podría poner en duda a Diego Maradona, o a Ratín...? Sólo dijo que encontró en Román algo especial que le llamó la atención.

Quienes lo conocieron y vieron jugar en esos momentos decisivos, cuando es necesario la chispa de quien tuerce la balanza del resultado, lo ubican en el primer lugar.

Lo que nadie niega, ya se trate de la vieja como de la nueva generación de fanáticos, es que ocupa un lugar especial en la historia del club.

Así, cuenta con orgullo que fue responsable de muchos de las copas y trofeos que hoy se exhiben en las vitrinas del conjunto azul y amarillo.

En su debut en la primera división, año 1963, siendo un adolescente mezclado con ases consagrados como Corbatta, llevó a cabo jugadas y pases de gol que hicieron que fuera aclamado por la tribuna y que sus compañeros experimentados lo llevaran en andas al finalizar el encuentro.

A los dos años de su debut, fue protagonista principal para que su equipo se adueñe del Campeonato Nacional 1965. Luego le llegó una etapa negativa por muchas lesiones que lo alejaron de los estadios, hasta la temporada 1969. En esa oportunidad, en conjunto con otro consagrado, Madurga y bajo la batuta del gran Alfredo Di Stefano, se dieron el lujo de dar la vuelta olímpica nada menos que en el Monumental, sede de su archirrival deportivo, el Club Atlético River Plate.

Para disgusto de los de la banda roja, al año siguiente repitió su racha victoriosa en un partido memorable en el barrio de Nuñez y lograba ganar el torneo en la final ante Rosario Central.

Pero una frenética competencia deportiva dejó sus huellas en lesiones de las que nunca pudo recuperarse por completo. Dejó el equipo de sus amores y participó en otros equipos y en categorías menores pero nunca logró volver al nivel al que pertenecía.

En la hora del reposo del guerrero, un merecido homenaje se lleva a cabo habitualmente en todo el ambiente deportivo, más allá de su pertenencia. Está más allá del bien y del mal y, más que representante de un determinado equipo, es un símbolo de la pasión deportiva en general.