¿Qué distingue al turista del viajero? Quien haya visto la película Hacia rutas salvajes (Into the wild) de Sean Penn, seguro que puede contestar a esta pregunta y ha soñado un viaje igual de emancipador que el de Christopher McCandless, el protagonista. Ignacio Dean Mouliaá, malagueño de 32 años, también lo dejó todo para adentrarse en rutas más salvajes y largas que las de cualquier película.

El 21 de marzo del 2013 salía desde el kilómetro 0 de la Puerta del Sol (Madrid) para recorrer 31 países de 4 continentes y volver a pisar el punto de partida el 20 de marzo del 2016.

Primero la costa mediterránea de Europa; luego Oriente Medio y el sureste asiático; Australia, de norte a sur; y América, de Chile a Nueva York. Todo el itinerario está colgado en su blog junto con fotografías y reflexiones del viaje.

Posiblemente los escépticos se pregunten por el presupuesto inicial y los gastos del viaje; el dinero siempre es el primer obstáculo, aunque podemos reducir los costos. Ignacio partió con 3.000 euros, pero gracias a donaciones a través de su blog y a la ayuda de otras personas que conoció durante el viaje fue capaz de seguir adelante. En total, habría gastado entre 25.000 y 30.000 euros a lo largo de esos tres años, tal y como explicaba el pasado jueves 6 de abril durante la presentación de su obra Libre y salvaje en la agencia de viajes PANGEA (Madrid).

En este libro recientemente publicado, narra episodios tales como el atentado que presenció en Bangladesh; el encuentro con aborígenes en Australia; o el asalto de un grupo armado en El Salvador.

Todas estas historias, propias de una novela de aventuras, parecen inasumibles en un mundo dependiente de la tecnología y regularizado por papeles, visados, contratos, capital –burocracia, en resumidas cuentas–.

No obstante, es inevitable no sonreír cuando la fuerza de voluntad humana barre las estructuras de lo convencional. Todo se puede, por imposible que parezca, y es necesario ilustrar lo inimaginable con ejemplos como el de Ignacio Dean, Christopher McCandless o el sorprendente Albert Casals, que recorrió el mundo en su silla de ruedas.

¿Por qué dar la vuelta al mundo caminando?

Ignacio no solo ha lanzado un mensaje de superación con su proyecto, sino que ha eliminado las distancias culturales con su andar y ha puesto el acento en la cuestión del medio ambiente. Caminando ha abrazado el mundo y ha demostrado que no es tan grande. Este hogar compartido, pequeño y frágil reclama una toma de consciencia por parte de todos sus habitantes.

Lo que estaba al alcance de Ignacio también es nuestro. Es hora de reconocerlo, pues solo entonces prescindiremos de las fronteras.