Cerveza belga con ingredientes de lugares exóticos como Japón, Nueva Zelanda, Estados Unidos. Catas con música para modificar la experiencia sensorial. Recetas a partir de restos de pan duro. Un laboratorio de sabores abierto al público. Sin publicidad. Financiado por una comunidad de crowdfunders que propone y vota los nombres de las nuevas cervezas. Es el Brussels Beer Project.

Sus creadores, Sébastien Morvan y Olivier de Brauwere, se conocieron en la Universidad de Queen's en Kingston (Canadá), donde los dos estudiaban empresariales. Después de hacer lo que todos los estudiantes hacen -sí, también hubo cerveza-, cada uno siguió su camino.

Sébastien trabajó en microfinanzas en Argentina y en Reino Unido. Olivier vivió entre Bruselas y Ginebra, antes de viajar de mochilero con su mujer por el sudeste asiático. Los años pasaron pero mantuvieron el contacto. Cuando se acercaban peligrosamente a la treintena, decidieron que era ahora o nunca.

Su premisa era que los fabricantes tradicionales llevaban mucho tiempo ignorando a la gente, así que la apuesta sería involucrar a una comunidad a través de la creatividad y la posibilidad de tomar partido de una forma divertida.

En el garaje de Olivier, como si fueran dos ingenieros de Silicon Valley, prepararon cuatro recetas -a las que llamaron Alfa, Beta, Gamma y Delta- e invitaron a la gente a probarlas.

Delta fue la elegida. “Ofrecimos cambiar el nombre, pero se quedaron con Delta. Está bien porque no suena demasiado francés, ni demasiado flamenco y eso es importante en Bruselas. Además es una parada de metro muy cerca de la zona de estudiantes”, dice Olivier.

Tras seleccionar la primera receta, lanzaron la campaña de Crowdfunding “Beer for Life” para poner en marcha el proyecto.

La fórmula era sencilla: 12 cervezas anuales para siempre por una aportación única de160 euros.

Dos mil personas se apuntaron. Ya estaban en marcha.

Catas con música

Uno de los que acudieron a la llamada fue el manager del grupo británico The Editors. A partir de ahí surgió la idea de combinar música y cerveza. “De la misma manera que la música afecta a la forma de conducir, más agresiva o más relajada, la música influye también en la experiencia de degustar la cerveza”, explica Olivier.

Una de sus creaciones, Salvation, es un homenaje a un tema de la banda.

Con la financiación resuelta, pudieron poner en marcha su fábrica de cerveza artesanal en la Rue Dansaert, a diez minutos de la Grand Place. “La diseñamos para poner en marcha nuestra creatividad y, al mismo tiempo, estar en contacto con la gente”. Desde allí invitaron a maestros cerveceros de todo el mundo a experimentar e innovar con ellos. Cada año diseñan unas 20 cervezas nuevas y producen unas 750.000 botellas.

Otra de sus marcas es Babylone, hecha a partir de pan fermentado. Colaboran con una ONG local que diariamente se encarga de recoger el pan sobrante de tres panaderías. El cocinero Jaimie Olivier y el activista contra el derroche de comida Tristam Stuart se han interesado por la idea, para poner en marcha iniciativas similares en Londres y en Nueva York.

“Nuestras recetas son copy-left, así que no hay royalties”, subraya Sébastien.

“Cuando empezamos, la gente nos decía que estábamos locos”, recuerda Sébastien. Ahora exportan a 20 países y están pensando en abrir una nueva fábrica para poder producir mayores volúmenes.

La UNESCO acaba de aprobar el reconocimiento de la cultura de la cerveza en Bélgica como patrimonio inmaterial de la humanidad.