70 años después de la muerte de Adolf Hitler en los alrededores de su búnker en Berlín los turistas se hacen la pregunta que los alemanes quieren evitar: "¿Se puede visitar el búnker de Hitler?" Los guías turísticos niegan con la cabeza y explican que muchos berlineses ni siquiera saben el lugar exacto en el que se refugiaba el líder nazi durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial.
La mayoría no lo hace por escurrir el bulto -aunque es verdad que 70 años después aquello sigue escociendo- sino por puro desconocimiento, que hoy la única referencia visible del búnker es una discreta placa en un lugar tan insospechado como el parking de un bloque de viviendas del Berlín oriental.
Porque el refugio antiaéreo de la Cancillería -muy cerca de la Puerta de Brandemburgo- quedó en territorio comunista, por eso fue parcialmente demolido al poco de acabar la guerra. La discreción que hoy mantienen las autoridades alemanas sobre el asunto tiene que ver con la obsesión con evitar que el lugar se convierta en un lugar de peregrinación neonazi.
Goebbels envenena a sus seis hijos
En realidad el interés por el búnker de Adolf Hitler no es nuevo. Semanas después de finalizar la guerra, algunos de los líderes de las potencias aliadas sintieron gran curiosidad en visitarlo para ver in situ cómo vivió su enemigo las últimas horas fatales del Tercer Reich. Uno de ellos fue Winston Churchill, que posa sonriente haciendo la señal de la victoria en la puerta del búnker poco después de acabar la guerra.
El presidente británico y otros mandatarios sabían que la agonía subterránea vivida por el "führer" fue algo así como un apocalipsis moderno. A mitad de camino entre la locura y la desesperación, el fanatismo ciego vivido entre aquellos muros de hormigón alcanzó su momento más siniestro cuando Joseph y Magda Goebbels envenenaron a sus seis hijos el 1 de mayo, un día después de la muerte del "tío Adolf".
"No merece la pena vivir el mundo que viene detrás del Führer. Por eso también he tomado a los niños, porque sería dolorosa la vida que llevarían después de nosotros", escribió Magda Goebbels antes de quitarse la vida.
Un fotógrafo accede disfrazado al refugio
Muy parecida fue la última voluntad de Hitler plasmada en un mensaje rotundo a sus colaboradores.
"He ordenado que se me queme después de mi muerte. Encárguense ustedes de que mis instrucciones se cumplan con exactitud. No quiero que mi cadáver sea llevado a Moscú y exhibido en un gabinete de curiosidades".
En 1988 el búnker fue liquidado casi al completo por la construcción de unas viviendas. Justo un año antes el fotógrafo germano Robert Conrad aprovechó las obras para acceder al búnker disfrazado de obrero y tomar decenas de fotografías. Son el último testimonio gráfico del búnker en el que quedó sepultado para siempre el Tercer Reich.