120 millones de euros. No es el patrimonio de un actor consolidado o el de una cantante profesional en sus últimos años de carrera, ni mucho menos el que acumulan una doctora o un juez a lo largo de toda una vida de trabajo, esfuerzo y sacrificio. Es la suma que el Manchester United, escuadra histórica de la liga inglesa de Fútbol, abonó a la Juventus de Turín por los servicios del futbolista francés Paul Pogba, en agosto de 2016. El mediocentro francés, de 23 años de edad, había participado de forma discreta con el combinado nacional, y sus galardones individuales, ninguno de elevada distinción, podían contarse con los dedos de una mano, pero su traspaso, aun así, se convirtió en el más caro de la historia del fútbol.
¿Por qué? Porque el futbolista de origen guineano, por su extravagancia y su carisma más que por su poderío futbolístico, se había convertido en un ídolo dentro y fuera del país en el que jugaba. Es decir, vendía más camisetas. Con ello, volvió a confirmarse lo que se venía temiendo desde hacía años. Más que un deporte, el fútbol se ha convertido en un negocio.
Pero, ¿es Paul Pogba el único?
Evidentemente, no. Si el fútbol ha involucionado de esta forma, es porque el caso de Paul Pogba dista mucho de ser un caso aislado. En junio de 2009, el jugador portugués Cristiano Ronaldo, piedra angular del segundo proyecto deportivo del empresario Florentino Pérez al frente del Real Madrid, fue presentado como nueva pieza clave del equipo madrileño, después de que este desembolsase, precisamente al Manchester United, la suma de 96 millones de euros.
Y por si ello no resultase suficiente, el mismo Florentino Pérez desembolsó en septiembre de 2013 100 millones de euros por el extremo galés Gareth Bale, culminando un tira y afloja con la directiva del Tottenham Hotspur que había empezado veranos antes. Salvando el caso del delantero portugués, que en su etapa a las órdenes de Sir Alex Ferguson en el Manchester United había alcanzado el cénit de su carrera deportiva a nivel individual y de club, los otros dos casos ponen de manifiesto que en el fútbol moderno, las capacidades físicas y técnicas de los futbolistas no priman tanto como las capacidades potenciales que el futbolista posee para generar dinero, para así no solo recuperar la inversión, sino llenar aún más las arcas de la entidad.
¿O de los dirigentes? Me temo que nunca podremos saberlo, pero lo que sí sabemos es que Pogba no será el último. De hecho, ya se está hablando de las millonadas que estos clubes, sobre todo el Real Madrid de Florentino Pérez, están dispuestos a ofrecer por Mbappé, el joven ariete del Mónaco que, sin haber llegado al medio centenar de partidos oficiales disputados, ya podría desbancar a Pogba de su trono.
¿Qué ha llevado al fútbol moderno a convertirse en esto?
Y todo esto sucede a raíz de que los equipos, principalmente los europeos, han dejado de ser sociedades deportivas para convertirse en empresas privadas, propiedad de estos dirigentes: empresarios, como Florentino Pérez, presidente del Real Madrid C.F., magnates del petróleo, como el ruso Roman Abramovich, presidente y dueño del Chelsea F.C., o jeques qataríes multimillonarios, siendo Nasser al-Khelaifi, presidente y dueño del Paris Saint-Germain, el más conocido. Y el más capaz de auténticas locuras durante cada mercado de traspasos. Cada verano, estos grandes nombres del mercado internacional de fútbol ocupan portadas y titulares en todo el mundo, asombrando con nuevos desembolsos multimillonarios por jugadores cuyo único mérito ha sido ponerse de moda.
La cortina de humo más habitual es la idea de reforzar las plantillas de cara a una nueva temporada, en la que estos equipos están llamados a subir al Olimpo deportivo una vez más, pero detrás de esa idea se esconde otra que quizá no aparezca en muchos titulares. La irrupción de estas personalidades multimillonarias como gerentes de los diferentes clubes maximiza las diferencias entre los clubes "grandes", los que arriba se mencionan, y los clubes "pequeños", incapaces de competir no tanto contra la calidad de los rivales, sino contra los presupuestos, prácticamente inagotables, con los que estos refuerzan sus escuadras cada temporada.
No es de extrañar, por tanto, el abismo existente entre ese reducido grupo de "elegidos", que se reparten cada año la totalidad de títulos disputables dentro y fuera de las fronteras de sus países, y el resto, que difícilmente alcanzan a hacerse un hueco en el panorama futbolístico europeo y mundial.
Se trata de un abismo que, en cierto modo, resta competitividad a las grandes ligas, e incluso emoción, para disgusto de los aficionados. De los que animan semana tras semana a sus clubes de clase media, claro. Lejos quedan las hazañas conseguidas por clubes medianos, aquellas que muchos ya ni siquiera recuerdan, y para la esperanza quedan otras más recientes, como la consecución de la Liga Inglesa por parte de un club mediano, como es el Leicester City. La pena es que quién sabe cuándo se volverá a repetir una gesta así. Hagámoslo posible. Volvamos a dejar el fútbol en manos de jugadores y entrenadores, lejos de esa competición absurda en la que los adinerados dueños de los clubes han decidido participar. Volvamos a dejar el fútbol dentro de los límites del deporte, porque cuanto más se adentre en el campo de los negocios, más se alejará del terreno de juego.