En el artículo anterior, conocíamos la cruel faceta que el ser humano puede llegar a desarrollar para un beneficio propio. Si el experimento ruso que conocimos hace escasamente una semana te sorprendió, a la par que te horrorizó, el de hoy, muy probablemente te causará las mismas sensaciones. Vamos a conocer el “Moster Study”.

Monster Study, fue el nombre con el que se bautizó a un experimento desarrollado sobre humanos en 1939 en Davenport, Iowa (Estados Unidos). El científico Wendell Johnson, pretendía inducir la tartamudez sobre sujetos que no padecieran la enfermedad.

Para llevar a cabo el estudio, Wendell Johson eligió a una de sus alumnas de posgrado, la señorita Mary Tudor, que se encargaría de supervisarlo todo.

Encontrar personas que se quisieran someter voluntariamente a las pruebas fue imposible, algo bastante comprensible y de poco extrañar. Finalmente, los dos “científicos”, optaron por la vía fácil y más despreciable, acudir a centros de huérfanos para experimentar con los niños.

El experimento, que se llevó a cabo en entre enero y mayo de 1939, dejó a muchos niños que inicialmente tenían un habla normal, con graves secuelas en su voz de forma permanente, nunca más volverían a articular palabras de la forma como lo hacían antaño. Otros se quedaron mudos.

Como el experimento requería de cierta intervención cerebral, no fueron pocos los niños que acabaron con secuelas psicológicas irreversibles. Algunos de ellos se suicidaron.

Los resultados obtenidos no fueron publicados en ninguna revista y fue un verdadero fracaso en cuanto a logros. La Universidad de Iowa, más de 60 años después, entre 2001 y 2007 se disculpó públicamente por esta atrocidad e indemnizo económicamente a los afectados que seguían en vida.

Puede que muchos de ustedes, lectores, piensen que este experimento es cruel pero no el peor. Ahora bien, imagínense por un momento las primeras pruebas fallidas, aquellos primeros niños a los que se les cortaron las cuerdas vocales para “experimentar”. El dolor y el sufrimiento de aquellos niños, que no solo no tenían familia, sino que además de eso, eran “ratas de laboratorio”.