Una turista española, en una ocasión, le pidió a una amiga latinoamericana, que conoció a través de la web, que preparara una lista de lugares que no debía perderse en un viaje de verano a Sudamérica. La latina escribió raudamente y sin vacilar nombres de sitios remotos de la América profunda: la montaña, los andes, la selva amazónica o el desierto chileno. Su amiga española leyó la lista y, sorprendida, exclamó: "¿Pero estos son lugares deshabitados?". "Y por esto serán inolvidables", respondió su amiga latina, "la naturaleza salvaje es el alma de nuestro continente.

Qué nos hacer decidir nuestro destino

Pensar en viajar para vacaciones muchas veces nos confunde, dadas las múltiples opciones de destinos que manejamos mientras intentamos decidirnos. La influencia de terceras personas quizás no nos alcancen como motor de motivación para armar nuestra agenda de viaje, ¿pero qué es lo que nos decide finalmente? La respuesta es más sencilla: nos decide nuestro instinto, nuestro interior, quizás empujado por recuerdos de libros leídos o comentarios de nuestros abuelos que, cuando éramos niños, escuchamos atentamente. Esos impulsos, los interiores, son los que nos permiten vislumbrar un sitio para conocer.

La aventura de conocer tierras lejanas, fuera de nuestro entorno habitual, es el primer impulso, ese espíritu aventurero florece y nos sube a un avión, así de sencillo.

¿Por qué algunos elegimos sitios inhóspitos?

La respuesta es muy personal, justamente el alejarnos de las grandes ciudades para pisar otros suelos aunque estos sean desérticos. Va de la mano con nuestro encuentro personal, salir del bullicio tras meses de trabajo estresante, aunque sea por un par de semanas, nos centra en nuestro universo personal.

Ver y encontrar donde los demás solo miran y no encuentran, es la clave de un viaje exitoso para quienes apreciamos lugares donde lo único a la vista es el paisaje, sin discotecas, museos ni paseos de compras.

América profunda

Nuestra América profunda aún conserva intacto, a la vista de todos, grandes extensiones de nada mismo: desiertos, cadenas montañosas y volcanes que, en algunos casos, aún no han sido siquiera pisados por el hombre, como es el caso de la cordillera de los Andes.

Descubrirnos en entornos así nos nutre el alma y nos induce en un mundo aún por explorar y donde nuestro ser se encuentra en equilibrio con la propia naturaleza. Alcanzar la cima de una montaña no nos colocará en un sitial de privilegio en una sociedad moderna, pero sí nos situará en un punto de equilibrio personal y emocional que alguna vez en la vida sin duda debemos alcanzar.