"Es un lugar que no debería haber español alguno españolizante -esto es, dotado de conciencia histórica de su españolidad- que no lo visitase alguna vez en vida, como los piadosos musulmanes La Meca". Así definía el incomparable Miguel de Unamuno el monasterio-palacio de El Escorial tras quedar maravillado por el lugar durante su primera visita. Algunos, como el doctor Juan Alonso de Almela, fueron más allá y elevaron a El Escorial a la altura de la "Octava Maravilla del Mundo".

Que un personaje como Unamuno, acostumbrado a ir contra esto y aquello, magnificara de tal manera al complejo que levantó Felipe II en la madrileña sierra de Guadarrama no es casualidad.

Esa poderosa sensación de estar ante algo único, sublime, inunda a los visitantes al verle suntuoso. Entrena esa capacidad del curioso de asombrarse, virtud que nunca debe perderse.

Los misterios que encierra esta construcción, llamada a imitar al legendario Templo de Salomón, son tantos que daría para ríos llenos de tinta. Tiene forma de parrilla, instrumento que martirizó a San Lorenzo; esta reliquia estuvo en el monasterio hasta que desapareció. Felipe II no se hubiera preocupado mucho, pues tenía una colección de más de 7.000 reliquias traídas de todas partes de Europa.

En la entrada de la fachada occidental del complejo se ve coronada con la escultura del santo, cuyos ojos señalarían un tesoro a la espera de ser descubierto, tras escapar un obrero de El Escorial con un botín de doblones de oro y quedar sumido dentro de unas arena movedizas.

Al cruzar esta puerta, se accede al Patio de los Reyes, donde es imposible no pensar en la supuesta "entrada al infierno", motivo por el cual sería elegido este emplazamiento, en un arrebato por tapar la oscuridad del inframundo con la máxima expresión del catolicismo. Al hablar de esa "boca del infierno", se torna inevitable mencionar al misterioso perro negro que atormentaba a Felipe II hasta sus últimos días de vida.

Ya en los aposentos del todopoderoso monarca, el observador puede imaginarse los últimos días de éste rodeado de sus reliquias para mitigar los dolores y observando ese tríptico lleno de claves ocultas y arcanas al que han hecho llamar El Jardín de las Delicias, cuyo autor era conocido como El Bosco.

Pero el tiempo se detiene cuando el curioso visitante tiene el placer de entrar a la Biblioteca de El Escorial, donde miles de libros -cuyas hojas están hacia fuera para el lector pueda acceder a todo el conocimiento que allí se recoge- tienen enseñanzas prohibidas relacionadas con alquimia y magia.

La Inquisición hubiera hecho de las suyas de no ser porque El Escorial tenía uno de los laboratorios más importantes de Europa donde se amparaba a los mejores alquimistas en la conocida como "Torre de la Botica".

Es imposible abandonar el recinto sin entrever la Sacristía donde se custodia la Sagrada Forma, testigo de un milagro que habría hecho convertir a unos protestantes en Gorcum (Países Bajos).

Al salir del mágico lugar, un haz de luz puede cegar al que pasea a causa del conocido como "ladrillo de oro" que corona el cimborrio de la Basílica del complejo, situado ahí para contestar al sarcástico embajador francés que dudaba de que el oro de América fuera suficiente para acabar aquella portentosa obra.

Sin duda el que decide penetrar en los secretos escurialenses se da cuenta de que existen sensaciones inexplicables con una esencia que no está al alcance de todos: la esencia de la España Mágica.