Cada vez que se produce un nuevo hito científico hay dos tipos de reacción: una que es una mezcla entre admiración, orgullo de especie e ilusión; pero otra de muy diferente que mezcla escepticismo y menosprecio por algo fútil e inútil. Si bien es cierto que a efectos prácticos saber el origen del Sistema Solar (SS), ergo nuestro planeta y nosotros mismos, no nos reporta ninguna clase de beneficio directo a corto plazo; no es menos cierto que la religión mueve a la mayor parte de humanos, y todas en su núcleo ideológico hay el origen de quienes somos. Cuando se critica el dispendio que supone mandar una nave a un viaje de 10 años donde hay nada a la espera que cuando llegue coincida con la llegada de un objeto, posar un aparato no más grande que un televisor de los viejos encima de este, y recoger unos datos de los cuales no obtendremos resultados hasta dentro de diez años más; me gusta recordar que es muy inferior al dinero que gasta la Iglesia Católica en pagar filósofos para estudiar que escribieron otros filósofos anteriormente sobre de dónde venimos, los cuales solo tenían de fuente otros filósofos anteriores y su intelecto, pero que millones de personas en este mundo creen estudios imprescindibles.

El origen del SS se salió de la versión del Génesis y otras Cosmologías religiosas, cuando Laplace y Kant atinaron en un sistema puramente mecánico donde con sólo las leyes de la física se autogeneraba el bonito sistema de planetas al cual pertenece nuestro hogar. Desde el siglo XVIII hasta hoy se ha aprendido mucho, pero con más de 5.000 años de existencia, los vestigios de cómo era por ejemplo la Tierra hace 4.500 años o que había en ella que hiciera posible la vida. Aunque todo nos muestre que la secuencia gobernada por la Evolución es la correcta, los detalles se nos escapan de las manos; en realidad sólo podemos estar seguros de un extremo de la historia, es decir hoy, y del otro sólo podeos deducir algunos aspectos.

Aproximadamente un año luz de donde estamos nosotros, hay una inmensa nube de objetos que orbitan el Sol. Estos objetos con tamaño del orden de una de nuestras grandes conurbaciones, son inmensas bolas (más bien patatas) de hielo. La singularidad de estos objetos es que se formaron en la zona donde hoy orbitan los planetas junto con otros de iguales a estos, los cuales se agregaron por gravedad formando los planetas; la única diferencia entre los actuales cometas (los objetos que viven en la nevera del SS) y sus hermanos hoy llamados Planetesimales es que los cometas tuvieron la suerte de ser mandados allí antes de ser engullido por un planeta o satélite en formación, o ser fundido por el incipiente Sol.

Rosetta en realidad está haciendo un viaje a nuestros orígenes, saber de dónde venimos nos acerca a saber quiénes somos. Para quien aún hoy dude de la utilidad explicare algo que habría de parecernos obvio: a principios del siglo XX unos físicos trabajaban en oscuros despachos para descubrir cómo funcionaba la Cuántica, entonces parecía un brindis al Sol hoy vemos que este brindis manda emoticones.