El domingo 14 de enero fue ocasión de una celebración de la Iglesia Católica: la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado. El Papa Francisco, en la homilía de la Misa, llamó la atención sobre estos colectivos que, a día de hoy, siguen siendo noticia. Y no todo se quedó en palabras, sino que la presencia de muchas personas migrantes en la Misa, se convirtió en un poderoso foco de atención.

El libre paso entre naciones, la posibilidad de aportar nuevas perspectivas y la oportunidad de adaptarse a nuevos estilos de vida, fueron algunas luces que aportó desde su reflexión.

Consciente de que no todos los migrados llegan con buenas intenciones, llamó la atención sobre quienes sufren el desarraigo de su tierra y sus gentes, al tiempo que recalcó la necesidad de apertura en los lugares y ciudadanos de destino.

Acoger, conocer y reconocer

Esta fue la primera tríada de acciones que recomendó a quienes reciben, aunque también con miras a los que llegan. Su mirada es teológica y, así, afirmó que, tanto en el que recibe como en el que llega, tenemos la imagen de Cristo que desea encontrarse con todos.

Y lo hace desde la necesidad.

Las comunidades que se abren a los llegados tienen en ellos una nueva visión de la vida, una cultura distinta que puede enriquecer la propia. También pueden detectar sus miedos y reservas, aunque no debe faltar una perspectiva que recoja sus potencialidades y las esperanzas que portan.

Los viadores deben ser conscientes de los miedos de quienes les ven por primera vez, pero también sus posibilidades de integración, conociendo y adaptando nuevas leyes y costumbres.

Proteger, promover e integrar

La segunda tríada de acciones vino a continuación. El Papa lanza la pregunta: ¿reconocemos en el otro, en el distinto, a Cristo? Y acudió al capítulo 25 del Evangelio según san Mateo para hacer ver que a Cristo se le trata y cuida, además de en la oración, en el cuidado del otro, del que llega desamparado.

¿Cuál es el peligro ante los desplazados a nuestras cercanías? El mirarlos con recelo y levantar muros que los mantengan alejados. El miedo, por ambas partes, podría cortar en seco una relación fructífera y el encuentro con Cristo pobre, manifestado en los pobres obligados a dejar su país.

El pecado es renunciar al encuentro con el otro

Estas palabras surgen como advertencia ante el miedo. El Papa Francisco lo dejó claro: tener miedo y dudas respecto al diferente es normal. A veces se basa en la experiencia. Pero si es el miedo el que toma las riendas de nuestras decisiones, entonces el hombre peca, alejándose del hermano necesitado.

Las palabras finales de su homilía son todo un reto que bien merece retenerse en la mente, meditarlo en el corazón y llevarlo pronto a la práctica. Así dijo el Papa Francisco: que "todos podamos aprender a amar al otro, al extranjero, como nos amamos a nosotros mismos."