A pesar de que cada vez más personas deciden convivir y no casarse por temor a un fracaso, son innumerables las Parejas que pasan muchos años casados o bajo el mismo techo, sólo por costumbre, resignación o una cantidad más de excusas para no separarse definitivamente. Algunas de estas son:

No me divorcio por mis hijos: ¡Craso error! Los hijos necesitan y merecen vivir en un hogar donde sus padres se traten con amor y respeto para poder ser referentes de lo que es un buen matrimonio y una familia realmente feliz. Los padres creer que sus hijos no se dan cuenta de sus diferencias y desamor porque no discuten delante de ellos, pero los niños o adolescentes no son ciegos, el lenguaje del cuerpo nunca miente.

A mi pareja sólo la aguanto yo: Cuando una persona hablar de aguantar, no vive en un matrimonio sino en un infierno y las relaciones de este tipo acaban con el autoestima de quienes están involucrados. No debe ser un orgullo sentirse capaz de aguantar a alguien, eso sólo te hace una víctima.

Hay que aceptar a la esposa/o tal cual es: Una cosa es aceptar y otra soportar; todos merecen ser aceptados en sus diferencias con respecto al otro, pero respetado como pareja y ser humano. El amor, la comunicación, el respeto, los detalles, el cariño son la base para tener un matrimonio feliz y duradero.

Mi religión no me permite divorciarme: Si es cierto que la gran mayoría de las religiones prohíben el divorcio, muchas de las personas que pone esta excusa para mantener un matrimonio infeliz, van a la iglesia obligados y además tratan de muy mala manera a sus parejas.

Por muy religiosa que sea una persona, su devoción a Dios no puede estar por encima de su paz y su felicidad.

Todas estas excusas sólo existen para tapar la verdadera razón por la cual las parejas se mantienen juntas, a pesar de ya no amarse ni soportarse : la costumbre, el miedo al qué dirán, a quedarse solo, a perder la estabilidad económica, a que los hijos lleguen a tener una madrastra o un padrastro.

Está claro que el matrimonio no es ese sueño de adolescentes donde existe un Príncipe Azul capaz de dar todo por su Princesa y que los años y la rutina hacen que la vida de pareja cambie hasta sin percatarse de los errores que cada uno comete. El matrimonio es un contrato y como tal hay que ser responsables con las cláusulas que lo mantienen.

Pero si dos personas, en el camino de sus vidas de casados se van volviendo ajenas a ellas mismas y al verdadero motivo de la vida, que es ser felices, no vale la pena seguir perdiendo el tiempo con alguien que ya no significa nada como pareja.