Pese a lo visible de su situación, la realidad de las personas que viven en la calle por carecer de un techo donde dormir, sigue siendo desconocida. Con la misma facilidad con la que se mira hacia otro lado cuando se pasa cerca de ellos, crecen los prejuicios y preconceptos que como sociedad nos hemos formado hacía ellos durante años.

El trabajo que realizan en RAIS Fundación, ayuda a miles de personas sin hogar. Maribel Ramos, experta en delitos de ocio, coordina el Observatorio Hatento, en esta entrevista explica por qué han crecido los delitos de odio contra los hombres y mujeres que viven en la calle.

Consultada sobre un posible aumento de estos delitos, la responsable de del área revela que las estadísticas sobre estos hechos aún son muy escasas, por lo que hacer un análisis y evolución de los mismos sería algo apresurado.

En el año 2015, el Observatorio Hatento, identificó que cerca de la mitad de las personas que vivían en la calle, habían sufrido al menos una agresión

En la actualidad se cuenta con poca información, algunos informes anuales del Ministerio del Interior y análisis de empresas y entidades particulares. En el 2003 se contabilizaron 4 delitos de odio, mientras que 2 años después se registraron unos 17.

La agresión hacia una persona que se encuentra en condiciones de sinhogarismo, es doblemente cruel, si cabe la expresión, la vulnerabilidad en la que se encuentran, tanto física como psquicamente, hace que solo entre un 10 y 20 % de los delitos de odio se denuncien.

La estigmatización social que recae sobre las personas que duermen en la calle, hace que no se sientan en condiciones de realizar una denuncia, hecho que perjudica aún más su situación.

Maribel Ramos explica que la mejor medida de protección es la de abordar el tema de las personas que se encuentran en ella. El fenómeno del sinhogarismo, no solo es la ausencia de de un espacio de protección e intimidad.

Cerrar la puerta de nuestra casa, es algo mucho más que simbólico, es la protección a lo desconocido, al afuera y a los peligros externos.

Ese espacio de seguridad, nos garantiza un confort mínimo y un resguardo físico. Sin embargo, las personas que no tienen una puerta que cerrar quedan expuestas a la intemperie y la exposición a posibles delitos es aún mayor.

Cuando una persona que vive en un hogar decide dormir, tiene de no mediar ninguna circunstancia extraña y fortuita, unas horas de reparación y resguardo.

No obstante, el momento de dormir de las personas que no cuentan con un techo donde hacerlo, es el de los más peligrosos.

"Es fundamental no olvidar que el derecho a la vivienda se relaciona directamente con la calidad de vida, la seguridad y la salud de las personas, de forma que interacciona con los demás derechos fundamentales", sostiene Ramos

La mayoría de los delitos de odio, no ocurre de manera aislada, sino que representan los estigmas y prejuicios sociales que recaen en las personas sin hogar. No solo la relación que suele creerse los une con la delincuencia y la marginalidad, sino que esta brecha imaginaria, establece un diferencia subjetiva, "esto a mi no me va a pasar". No es más que la otredad.

La paradoja es que, un alto porcentaje de las personas que deben vivir en la calle no son más que víctimas de la delincuencia, ese es su único vínculo. Además de habitar un espacio que no ofrece ningún resguardo y dónde es mucho más fácil encontrar circunstancias delictivas.

A la víctima se la suele culpar por su condición, también en esto casos. El compromiso social es fundamental para terminar con estas agresiones ocasionadas simplemente por el hecho de ser pobre y estar en la calle.