Todas las semanas las agendas de noticias se hacen eco de nuevas víctimas por violencia de género. En paralelo con la llegada del nuevo año, los casos de violencia extrema contra la mujer comienzan un conteo progresivo, las muertes parecen no tener fin; el 1 de enero una mujer de 40 años murió tras recibir varias cuchilladas de su pareja, ambos residían en Rivas Vaciamadrid. Días después, en Almería, otra víctima es degollada por su ex pareja. En tanto, desde el pasado lunes se busca el cuerpo de una mujer en Navarra, luego de que su marido confesara a la policía que la había estrangulado y arrojado su cuerpo al río.

De esta forma, antes de finalizar el primer mes del 2017 ya se contabilizan cuatro víctimas mortales, pero esto no se trata sólo de registrar números y asombrarse ante una cifra, sino de ir más allá, llegar a una reflexión que permita concebir un cambio como sociedad, padres, familiares concienciados y partes integrantes de una comunidad que necesita comprometerse para aspirar a ese cambio, emprendiendo una lucha no contra los hombres, sino contra la abolición del patriarcado.

Detrás de los números, víctimas en 2016

En este marco, en una sociedad ensimismada en propagandas y costumbres que conservan desigualdades históricas, las cifras revelan las graves consecuencias de la violencia de género.

En 2016, el número de muertes por feminicidios ascendió a 44, según datos del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e igualdad. A su vez, en 15 de los 44 casos ocurridos, sus víctimas habían denunciado a sus maltratadores, según un informe del Observatorio de Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ).

Dicho organismo informó que, cuando se interpone la denuncia y se les toma declaración en la mayoría de los casos sólo se tiene en cuenta el último episodio, estipulando una evaluación más baja del riesgo al que se enfrentan. Por ello, con el objetivo de ajustar los diagnósticos y poder diseñar planes policiales de protección personalizados se trabaja, desde fines del año pasado, con nuevos cuestionarios de evaluación.

Entonces, se destaca que no se trata de asesinatos aislados, sino que en el trasfondo de los feminicidios existe una trama social, política y cultural sobre la que se debe actuar para evitar que continúen estas muertes sin sentido.

Un caso nada ejemplar

Mientras tanto, el parlamento ruso aprobó días atrás, en una primera instancia, la despenalización de la violencia doméstica. El proyecto propone equiparar el castigo de las agresiones que se suscitan dentro del seno familiar, 74 por ciento de quienes la sufren son mujeres, con los ataques que se producen en la calle. Por ende, las agresiones en el ámbito de la familia se estipularan como infracciones administrativas y su sanción será una multa máxima de 500 euros, 15 días de arresto administrativo o trabajos comunitarios, si es la primera vez que ocurre.

Si bien faltan aún dos instancias, la primera votación se aprobó por amplia mayoría.

Así, en un país donde las cifras de mujeres golpeadas diariamente por sus parejas asciende a 36.000, según Amnistía Internacional, se termina cayendo una y otra vez en simplismos, restando gravedad a los feminicidios, decretando que quienes abogan por su tipificación surgen desde un feminismo férreo que sólo busca impulsar un enfrentamiento contra un machismo ensalzado en una jerarquía superior. Pero esto no se trata de sexismos, sino de la consecución de un modelo justo e igualitario para todos.