El mundo loco de Mad Men

Mad Men: década de los sesenta, donde la sociedad occidental y americana experimenta cambios profundos, los hombres que se dedican a la publicidad son una especie de reyes. Crean ilusiones, mentiras, falacias,… pero eso no importa porque la esencia no se encuentra en la verdad. Las personas quieren ser engañadas para ser felices y vivir con los ojos cerrados es siempre más fácil. Para eso están las agencias de publicidad.

¿Pero cómo son esas agencias por dentro? Sin duda, allí mandan los hombres: Don Draper (John Hamm), Roger Sterling, Pete Cambell,… Ellos son los que manejan el dinero, ellos son los creativos y ellos son los que hacen lo que quieren.

Las mujeres tienen sus funciones bien marcadas: son secretarias, amas de casa y objeto de diversión para sus superiores. O al menos así empieza. Los hombres son alcohólicos, adúlteros y misóginos. Las mujeres son sumisas y aceptan su rol en la sociedad. Pero afortunadamente la serie evoluciona a lo largo de siete años. Una de las razones para verla es poder observar cómo en aquella convulsa década los prototipos sociales establecidos cambian a una velocidad vertiginosa. Peggy Olson (Elisabeth Moss), Joan Halloway o Betty Draper buscan su lugar correspondiente y escalan hasta alturas inimaginables sorteando el machismo hasta convertirse en lo que deben ser.

La historia tiene dos caminos: el de los personajes en su vida profesional y el de los personajes en su vida privada.

El primero es una delicia. Seguir el desarrollo de las empresas, fusiones, ventas, etc. Ver a Don Draper presentar un anuncio es impagable. Pero a través del segundo es donde se manifiestan los sentimientos más humanos. Las dudas, los remordimientos, el arrepentimiento, la soledad, la búsqueda de uno mismo, esos viajes en la noche hacia la nada...

eso es drama.

Don Draper

Don Draper es el hombre: el mago creador al servicio de Sterling-Cooper y de gran reputación en su gremio. Pero si el protagonista solo fuera un buen publicista la serie no tendría interés. Mad Men está cargado de personajes de moralidad compleja con deseos conscientes e inconscientes: Sterling, Peggy, Joan, Cambell, Lane, etc.

Pero Don es el máximo representante de la metáfora que persigue esta historia. Tiene todo lo que un hombre podría desear: fama, dinero, una mujer guapa y buena, dos hijos. Y, sin embargo, a lo largo de siete temporadas busca una felicidad perdida, que siempre se aleja cuando la tiene al alcance de la mano. ¿Cómo es posible tenerlo todo y aun así sentirse solo?

Estoy seguro de que allí fuera hay muchos que se preguntan lo mismo. Don hace su camino y tropieza constantemente en los mismos baches como si hubiera algo dentro de él que se lo pidiera a gritos. Quizás sea un hombre marcado por su infancia, otro Ciudadano Kane, porque si la salida es mala la carrera se pone cuesta arriba. Don no es un hombre bueno, pero tampoco malo.

En Mad Men los personajes son reales, lejos de esas dos categorías y seguramente Draper sea el mejor personaje visto en televisión.

Los años 60: una década convulsa

Otra razón para ver Mad Men es el fiel retrato a la sociedad de los sesenta, pasando por momentos históricos como la crisis de los misiles, la muerte de Marilyn, el asesinato de Kennedy, el desembarco de los Beatles, la llegada a la luna, etc. Además, resulta interesante ver la intensa lucha racial que tenía lugar en Estados Unidos y cómo las personas de color se encontraban con trabas a la hora de encontrar trabajo. Por otro lado, también se trata el tema de la homosexualidad y su cabida en esa forma de vida. Y todo lo que me quedaría por mencionar y no puedo por falta de tiempo…

Aclamada tanto por público como por críticos ha logrado alzarse con numerosos premios y reconocimientos. Todo esto y otros innumerables factores hacen de esta serie una obra imprescindible.