Aída Nízar ha sido expulsada de Gran Hermano VIP 5. Sí. Pero eso no significa que la polémica concursante del reality show decano de la televisión española no pueda acabar ganando el concurso.

Y es que sí, tal y como ocurriera en las pasadas ediciones, en la presente también habrá repesca y está al caer. Después de las salidas de Toño Sanchís, Tutto Durán, Alonso Caparrós y, como ya saben el pasado jueves de Aída Nízar, todo estaría preparado para que después de la quinta salida del concurso esta 'manita' de expulsados se juegue las habichuelas con la intención de retomar su paso por el programa y así seguir optando al jugoso premio económico que aguarda al ganador en el famoso maletín.

La pugna para conseguir volver a Guadalix de la Sierra se espera que sea dura o más que eso. Y es que personajes como Toño Sanchís y Aída, dos de los grandes protagonista de este concurso, no entraron como Alonso o Tutto para tratar de aguantar al máximo a la espera de que pudiera sonar la flauta y colarse en la final. Cuando ellos firmaron el contrato lo hicieron pensando en ganar jugando al peligroso juego de "o me odian o me aman", pero evitando el calificativo de 'muebles' a toda costa como bien se les puede aplicar a Ivonne, Irma, Marco y alguno más.

Las estrategias de ambos están claras. Por un lado de la de Toño será seguir utilizando su presencia en Telecinco en 'El programa de Ana Rosa' y su polémica con Belén Esteban para llamar la atención y prometer jaleo y nuevas confesiones durante el tiempo que le permitieran seguir dentro del encierro.

En cuanto a Aída, su presencia mediática no será mucho menor ya que, como recién expulsada que es, tiene por delante una entrevista este domingo en el Debate, una visita a Sálvame para contar sus 'affaires' con políticos de primer orden, tal y como ha deslizado en la casa, y en alguna revista y radio donde explicar su paso por la casa y, de paso, convencer a la audiencia de que sin ella la casa será un muermo.

La polémica, el jaleo y las guerras pendientes como arma para volver. No descarten que, si la convivencia se convierte en una balsa de aceite, acabe entrando.