Los seres esponjas son la verdadera definición de la empatía extrema. Absorben las malas energías de los demás y las intercambian por buenas. Van caminando por la vida, disfrutando y escuchando a toda persona que se les atraviese. Atraen a individuos desesperados que necesitan expresarse, contar algún secreto o desahogarse simplemente de cosas del día a día, necesitan botar aquellos pensamientos olvidados del pasado que vuelven a tocar la puerta.

Cualquier tipo de persona se puede acercar a ellos, prácticamente como magia. Desde aquellos que llevan conociendo hace tiempo, su entorno de confianza e incluso con pocos minutos.

Niños, abuelos, adultos... todos sienten la necesidad de hablarles, los conozcan o no. Necesitan ser escuchados y ahí están las esponjas, siempre dispuestos a hacerlo.

Como todas las esponjas, llega un momento en el que no pueden absorber nada más y les llega a afectar su paz interior. Duermen menos, pierden el apetito, adelgazan, sufren de dolores de cabeza o espalda, entre otras cosas. Aunque no lo demuestren, necesitan llorar o desahogarse de alguna forma para seguir el camino, inventan cualquier excusa para hacerlo, pero a solas. Les da vergüenza demostrar que también son humanos delante de quiénes los necesitan y además, les da pena o no les gusta que los vean llorar.

Esto de ser esponja está entre ser una bendición o un sufrimiento, pero de forma constante.

Dependerá siempre de la manera en la que se quieran manejar los diferentes casos que llegan a diario, tal cual un correo que registra los datos. Me atrevería a llamarlo don porque se nace con ello y se va desarrollando con el pasar del tiempo, pese a que hayan momentos en los que solo se necesite huir, al final vale la pena y se aprecia.

Es un don cuando las personas se acercan a contar lo más profundo de su ser y a desnudar su alma. Lo sientes cuando lloran delante de ti y luego ríen como si nada pasara. Aprendes de ellos a través de sus errores y sueles dar los mejores consejos aunque ni se te hayan presentado casos parecidos. Lo sabes cuando se sienten mejor luego de hablar contigo y entiendes todo el turbamiento espiritual con tan solo mirarlos fijamente.

Hacer crecer a las personas, dejar huellas en ellos y ser recordados así.

Las esponjas son difíciles de encontrar y no cualquiera puede serlo. Se nace con esto, no se hace. Incluso hay seres que no llegan a desarrollar todas habilidades porque descubren tarde dicho don. Afuera hay muchos egoístas que afirman que son empáticos, que pueden escuchar la verdad de otros para solo ignorarla y seguir conversando sobre lo importante para ellos como lo es su vida o sus problemas. ¿Qué les importan los de otros?

Y pese a que nos llegue a afectar de algún modo este estilo de vida, vale la pena ser ese oído que todos quieren. El desahogo, el filtro, el impulso y la energía positiva que en algún momento necesitan los demás.

Disfrutando siempre de la mejor sonrisa de vuelta y la satisfacción de haber puesto un granito de arena para un mundo mejor.

Se requieren más esponjas en la sociedad. Basta de aquellos que se disfrazan y fingen serlo, solo para luego quitarse la máscara y sonreír con maldad por saber secretos de los demás. Deben despertar y darse cuenta la magia que poseen, así como aquellos que desarrollan técnicas culinarias, de arte, en deportes o en cualquier ámbito. Crecer y motivar a la sociedad con tan solo estar para los que necesitan.

Amamos lo que hacemos, sin embargo... ¿Quién nos escucha a nosotros?