Turquía es otro ejemplo más, de que vivir en un régimen democrático exige madurez: madurez de ciudadanía, y madurez de gobernar. El parlamento turco ha aprobado el paquete con 18 propuestas de Erdogan, eso sí: entre protestas, gritos y peleas (dos mujeres tuvieron que ser ingresadas en el hospital). Y con el paquete ha sido aprobado el final de la democracia parlamentaria en Turquía. Según las propuestas, el poder se concentra en la figura del presidente de estado (que uniría las funciones del primer ministro y presidente). En otras palabras, el parlamento turco acaba de firmar su sentencia de muerte, y con ello (como demuestra la comparación de los textos de las dos constituciones, la turca y la siria) ha abierto la puerta a un régimen muy parecido al régimen de Assad en Siria.

¿Significa esto que debemos esperar otra guerra civil, esta vez en casa, en Europa?

La nueva constitución, que primero tiene que ser aprobada por el pueblo turco en un referéndum, convierte Turquía en una autocracia. En un estado con un parlamento débil y sin un poder judicial independiente, el presidente podrá aprobar leyes, nombrar 12 de los 15 miembros del Tribunal Constitucional y 6 de los 13 miembros del Alto Consejo de los Jueces y los Fiscales, y también podrá disolver el parlamento en situaciones de crisis. El poder ejecutivo, controlará el poder legislativo y el poder judicial, el principio de separaciónde poderes, la fundación principal de la democracia, dejará de existir.

El referéndum, que tendrá lugar al principio de la primavera, no podrá servir de contrapeso, y es muy probable que la nueva constitución sea aprobada, dado que los críticos del régimen, intelectuales, científicos, periodistas y políticos están en prisión.

Según el partido de Erdogan, AKP, el país necesita un presidente fuerte que pueda garantizar su seguridad y estabilidad. Poco convincente para los que conocen la historia del siglo pasado. Un régimen autoritario y centralista, con elementos totalitarios agudizará los conflictos político-sociales, como la cuestión curda y la de las minorías en general, la separación entre estado y religión, los derechos de las mujeres.

Finalmente, la sociedad turca se verá obligada a dar la espalda a décadas de desarrollo pro-europeo, al deseo de ser miembro de la Unión Europea, al trabajo arduo de crear una sociedad contemporánea, pluralista, que respeta los derechos humanos, los derechos de sus ciudadanos, que aprecia la diversidad y respeta sus minorías.

Turquía acabará siendo un failed state, un estado que no es capaz de cumplir la función principal de un estado: garantizar seguridad, bienestar y rule of law a sus ciudadanos.