El cuento que hemos creído verdad...y no lo es

A lo largo de nuestra vida, somos receptores y emisores de un caudal de conocimiento adherido que ni siquiera procesamos de manera consciente. Lo recibimos a través de nuestro entorno, cercano o lejano, de nuestra familia, colegio, amigos, televisión, internet… y un sin fin de medios dispuestos a filtrar sus mensajes en nosotros. Sin embargo, pocas son las veces en las que nos cuestionamos si la información recibida es verdad o no, si quiero creer en ello o no.

Puede que te resulte más sencillo con un ejemplo, para ello, me gustaría centrarme en los mensajes inconscientes que nos llegan a través de las letras musicales.

¿¡Cuántas veces hemos escuchado y repetido letras de artistas o canciones pegadizas que nos gustan, que tarareamos a cualquier hora y en cualquier sitio!? Muchas.

Pero, ¿¡cuántas veces hemos sido conscientes del contenido de sus letras?! Pocas.

Empecemos analizando algunas letras de canciones conocidas:

“No puedo vivir sin ti, no hay manera”, “Sin ti no se que es vivir” , "Te quiero más que a mi vida"etc

No hay duda que, en todos estos casos, las letras de amor tienen un claro denominador común: yo soy gracias a ti, o lo que es lo mismo, mi felicidad cobra sentido únicamente cuando estoy contigo. Pero, lo peor de estos mensajes cargados de vagas creencias es el contenido que subyace más aún en el fondo: dejamos de encontrar sentido a nuestra vida cuando esa persona que un día formó parte de una etapa, se fue.

Estos mensajes aparentemente inocentes, muestran que la idea de felicidad o sentido en la vida siempre está determinada por el otro. Es decir, por el amor o desamor que la persona tenga hacia mí, por su comportamiento, por sus gestos o palabras, porque me quiera, porque sea yo la persona más importante de su vida, porque estemos al mismo nivel…

Como si nuestra propia felicidad o el sentirnos bien con nosotros mismos sea un acto involuntario o ajeno a nuestra propia voluntad.

Oímos hablar de ese concepto llamado media naranja, creado en gran medida por la industria hollywoodiense que, puestos a pedir, nos hacen creer que el sentido de la vida sólo está en la búsqueda de esa media parte tuya, pero, ¿ es que somos medias personas hasta que hallamos a nuestra otra mitad?, y si no la encontramos, ¿estamos abocados a ser incompletos de larga duración?

Conviene pararse a reflexionar, aunque sea alguna vez, sobre el contenido de los mensajes que escuchamos a diario y sentir si forman parte o no de nosotros mismos. Porque de lo contrario, podemos asumir esa verdad como propia y sentir que, somos víctimas de ese sentimiento inherente llamado dependencia emocional. Y no me refiero únicamente a la necesidad de depender de otra persona para ser feliz, sino al propio apego hacia las cosas que consideramos vitales, y que, en muchos casos, cuando las perdemos nos damos cuenta que tampoco son tan importantes para nosotros. Porque, cuando muere el apego nace la verdadera libertad.

Puede que lo que debamos aprender sea a desaprender creencias para re-aprender de uno mismo.

Puede que la mejor versión de ti sea estar dispuesto a encontrarte contigo mismo, sin renunciar a ti, sin filtros, sin mitades.

El amor es la esencia de la vida, al igual que la simbiosis de vida y muerte, que atañen dos elementos sin el cual uno no podría darse. Todos nacemos con la capacidad de amar, y aunque unos más que otros, todos hemos amado a alguien alguna vez: a nuestros padres, herman@s, amig@s, abuel@s…

Sin embargo, en las letras musicales, o en los mensajes inconscientes que recibimos del entorno, son escasos los mensajes que nos dicen: Para poder querer a alguien, primero me tengo que querer a mí mismo.

No se trata de renunciar al amor, o de perseguirlo, o de acosarlo, o agonizar por su ausencia, se trata de aceptar que el primer paso para conseguir una relación sana es el de quererme a mí mismo.

Porque de este modo, renunciaré a todo aquello que sea malo para mi.

La felicidad comienza en uno mismo para poder estar bien con los demás. Si no me quiero a mí mismo, puedo asumir relaciones que realmente me dañan, amistades llamadas tóxicas, o parejas tipo ancla, (de esas que te llevan al inmovilismo máximo). Cuando me quiero a mí mismo, como de verdad quiero hacerlo, es cuando el verdadero poder que llevamos sale a relucir, cuando estamos dispuestos a decir no, a renunciar para ganar, a pensar en mi propia felicidad y en lo que necesito. Y que el amor no sea fruto de una dependencia emocional, o lo que es lo mismo, de la necesidad de querer huir de uno mismo.

Para avanzar hay que estar dispuestos a fracasar

El arte de avanzar se consigue en las derrotas, porque se vive el doble, el fracaso y el triunfo.

Primero, en la experiencia y el aprendizaje del fracaso, y segundo, en el triunfo de llenar aún más tu mochila vital.

Pero, ¿ quién está dispuesto a fracasar?, ¿ quién es el que decide arriesgarse? En una sociedad tan controladora como la nuestra, donde la palabra fracaso aún engloba una lista innumerable de connotaciones negativas, una sociedad que estigmatiza la derrota, el fracaso, o mejor dicho, que eclipsa en exceso el éxito, el triunfo, el poder y la fama. Estamos abocados a una parálisis social sino ponemos freno a este intento humano por tener que triunfar en todo lo que hago.

Como bien dice Sócrates en la película El Guerrero Pacífico, “Es el viaje es el que aporta la felicidad, no el destino”.

(No el triunfo, el éxito, la media naranja, o el medio limón) Es el camino mismo de la vida, el que nos muestra todo un abanico de oportunidades para aprender, para llenar nuestra mochila vital, tan grande como nosotros mismos queramos que sea.

El miedo conduce al inmovilismo, a las parejas tipo ancla, a postergar la toma de decisiones, a mirar a otro lado por no querer ver la realidad, a la parálisis social, y a las letras musicales en serie. Pero, no todos somos iguales, porque existen personas dispuestos a fracasar para ganar, a arriesgarse para avanzar, a decir no para crecer más…

Permíteme que muestre estas ecuaciones psicológicas sobre los conceptos de Expectativas, Realidad, Sorpresa y Felicidad o Desilusión.

E > R = Des

Cuando las Expectativas que tenemos sobre un alguien, algo o situación están por encima de la Realidad, el resultado de ello nos conduce a la Desilusión.

E < R = S

Cuando las Expectativas están por debajo de la Realidad, ocurre lo que denominamos Sorpresa, o comúnmente conocido como Subidón momentáneo.

E = R

El equilibrio ecuánime entre Expectativa y Realidad, se considera el estado ideal, cuando ambas llegan a igualarse, dejando que sea la persona que nos interesa, nos gusta o nos atrae, la que se muestre tal y como es, y no sea nuestro propio ideal el que nos ciegue la realidad. Para tender a este equilibrio, sólo existe una llave maestra: tu observación.

A través de la observación podemos darnos cuenta si esa persona se acerca a lo que me sienta bien o no; si se trata realmente de una persona que me suma o por el contrario, es una persona que resta; si es alguien que me va a enseñar o aprender con ella, o por el contrario, vive con el miedo a saber y prefiere el inmovilismo, la queja y el victimismo.

Si cegamos nuestra propia observación, estamos abocados a un auto-engaño permitido. Y ya no será la otra persona a la que podamos culpar de no ser felices, de nuestra falta de comunicación o de no estar en el mismo nivel, porque simplemente, nos hemos dejado engañar por nosotros mismos.

Cuando estamos con alguien en un espacio informal, sus gestos nos pueden desvelar muchas señales: la mirada, la sonrisa, la postura, el modo de actuar, de dirigirse, de hablar, de moverse. También el tipo de lenguaje que emplea, como se habla o se ve a si mismo, que le gusta hacer y qué está dispuesto a aprender o renunciar para crecer, para compartir vuestra vida en común.

Se tratan de pequeñas sutilezas cargadas de valiosa información que percibimos y que convienen procesar de manera consciente, de manera pausada, para no acabar tarareando la melodía equivocada.

Pero todo este aluvión de mensajes que procesamos e información recabada a través de la observación, tienen un único filtro: el corazón o para los menos románticos, esa cosa que nos habla por dentro. Es decir, ese vuelco que te produce cuando algo sabes realmente que te gusta y es lo que quieres, o ese rechazo que sucede cuando no estamos convencidos realmente. Porque empeñarse en sentir, esforzarse en estar con alguien, en fingir una felicidad incierta, falsa o de fachada, es el mayor destierro a la propia vida. Es como esconderse en un agujero que encontramos en la inmensidad del camino. Desde ahí no puedes seguir avanzando, desde ahí solo cabe esperar a que el tiempo pase, los años sumen, y lo demás, ya sabemos como acaba.

Desde aquí te invito a dejar de pensar tanto y lánzate a sentir. Arriesgarse forma parte de la vida, pero el timón o la decisión de hacerlo es únicamente tuya.

¡Tú decides que letra quieres escuchar…o componer!