Vida de una niña judía muy peculiar

Nacer siendo mujer, de familia judía, atea y rebelde de nacimiento, no era una muy buena combinación, para llevar una vida tranquila precisamente.

Edith Stein nació en Alemania a finales del siglo XIX, justo en 1891. Ya durante su infancia demuestra la niña tener las cosas muy claras y reniega sin ningún miramiento a la religión que su madre, devota creyente, le intenta inculcar a ella y al resto de sus hermanos sin mucho éxito. No solo no entra por el aro, sino que encima se declara atea y decide estudiar filosofía.

Su vida se convertirá en una aventura en busca de la verdad, una meta que ella misma se establece como guía y sentido de su vida.

Tras obtener el título de bachillerato decide comenzar la carrera de filosofía, pero los interrumpe al estallar la I Guerra Mundial, por voluntad propia, porque entiende que debe participar activamente con su patria. Es entonces cuando se forma en principios básicos de enfermería y ejerce de enfermera en un hospital militar austríaco. Allí conoce los horrores de la guerra en primera persona, experiencia que le valdrá para profundizar en sus trabajos filosóficos, sin ningún lugar a dudas.

La filosofía gana terreno a la fe, tras los pasos de Husserl

Una vez alcanzada la paz y tras aprobar la carrera y doctorarse summa cum laude, o lo que en castellano viene a decir “con grandes alabanzas”, “con grandes méritos”, se convirtió en la primera mujer doctora en Filosofía de toda Alemania, comenzando a destacarse por su posición feminista y su lucha por derrocar los prejuicios antisemitas.

Con su titulo de doctora bajo el brazo, Edith solo pudo dar clases en institutos, pero no pudo optar a formar parte del profesorado de la Universidad, por ser mujer y judía, pese a tener un brillante expediente y haber demostrado que el género no nos hace diferentes a la hora de tener una mente prodigiosa. Se añadiría así otra nueva causa por la que luchar a favor del progreso y la integración de la mujer en la sociedad, otras de las muchas que ella y otras muchas mujeres perseguían alcanzar.

Tras su doctorado, comenzó a colaborar con Husserl, que le reconocía sus grandes dones, pero quien no pudo hacer nada para que la chica pudiera ejercer su doctorado como cualquier otro hombre. Al mismo tiempo Edith se involucra en política, se posiciona abiertamente en contra del antisemitismo reinante en el ambiente, encarándose así con el mismísimo Führer, se hace una con la lucha feminista y trabaja codo con codo con el movimiento para lograr el voto de la mujer (que en Alemania sucede en 1919).

Su visión en esos momentos del panorama social le hacen decir estas palabras: “solo dos cosas me mantienen despierta la curiosidad: la curiosidad para ver lo que va a salir de Europa, y la esperanza de aportar mi contribución en la filosofía»

De judía atea a Santa Teresa Benedicta de la Cruz

¿Pero qué pudo ocurrir para que una doctora en Filosofía, atea por convicción, pudiera llegar a ingresar como hermana en un convento católico?

Por algo se dice que la vida da muchas vueltas y que estamos (afortunadamente) en continuo cambio y crecimiento. Pues eso fue lo que le ocurrió a Edith, que enfrascada en una intensa y larga búsqueda intelectual y espiritual, llegó a encontrar su anhelada meta donde menos lo hubiera esperado, serendipia que se le llama a eso.

Una visita de cortesía a casa de unos amigos y el hallazgo de un libro de Santa Teresa de Ávila en la biblioteca, hizo que Edith acabara creyendo en los principios del catolicismo como única y gran verdad. Y convencida de su fe en Cristo y feliz por haber logrado su sueño, hizo posible compaginar filosofía y religión sin volverlas enemigas, así lo demostró en sus obras, pues para ella ambas “no deben competir sino complementarse y enriquecerse mutuamente”. Su obra constituye así, un nexo fundamental entre el cristianismo y la fenomenología de Husserl.

Auschwitz como último destino

Lo que no está en mis planes, está en los planes de Dios.”

Y con esas creencias y ante la ya declarada persecución al pueblo judío, Edith decidió tomar los hábitos, refugiarse en la fe cristiana y guarecerse tras los gruesos muros de un convento que la protegiera de la persecución nazi.

Continúo la religiosa escribiendo sus obras filosóficas al tiempo que atendía los deberes eclesiásticos, cuando de nuevo tuvo que huir a Holanda. Allí fue donde, junto a su hermana, fue apresada por la Gestapo, obviamente por ser judías, pero también como represalia por la misión pastoral de los obispos holandeses, que se posicionaron en contra de la deportación de judíos, cuando Holanda fue tomada por las tropas de Hitler.

Auschwitz fue su última morada, donde pasó sus últimas horas y exhaló su último aliento.

Pero su paso por esta vida no fue en vano, ni deja indiferente a todo aquel que se aproxima a su obra y descubre sus luchas, sus logros, sus pensamientos y su entrega para que la Humanidad emprendiera un rumbo más acertado, en medio de tanto horror y locura en la que ella pereció, víctima inocente, como otros tantos millones de personas asesinadas, sin compasión, ni respeto por la vida humana, en el holocausto más horrible vivido en la vieja Europa.

“No aceptes como verdad nada que esté falto de amor. Y no aceptes como amor nada que esté falto de verdad. El uno sin la otra se transforman en una mentira destructiva…”

Edith Stein, Santa Teresa Benedicta de la Cruz.