La nacida del agua

La Malinche fue una mujer azteca nacida en el siglo XVI en Veracruz, México. De noble familia, la niña fue bautizada como Malinalli, pero más tarde al cambiar su situación y dado su título de nobleza, su nombre pasó a ser Malintzin (noble prisionera). Cuando fue bautizada en la fe cristiana se la llamó Marina y al final, todo el mundo la conoce como Malinche, derivación castellana y despectiva de Malintzin.

Como un presagio de mala fortuna, la Malinche llegó al mundo con el cordón umbilical entre los labios, a modo de serpiente enroscada y a punto estuvo de morir a manos de su propia abuela que la esperaba para recibirla al mundo y que en casos de complicación durante el parto, introducía un cuchillo en la vagina de la parturienta para cortar al no nato en dos, con tal de salvar la vida de la madre.

Pero no fue necesario, pues la vieja partera pudo liberar a la niña del cordón, recibirla con alegría al mundo y convencida dijo: esta niña está destinada a perderlo todo, para encontrarlo todo. Porque solamente alguien que se vacía puede ser llenado de nuevo. En el vacío está la luz del entendimiento, y el cuerpo de esta criatura es como un bello recipiente en el que se puede volcar las joyas más preciosas de la flor y el canto de sus antepasados, pero no para que se queden eternamente ahí sino para ser recicladas, transformadas y vaciadas de nuevo.

De esclava a intérprete de Hernán Cortés

La desgracia llegó para ella cuando aún era muy pequeña, pues con tan solo tres años perdió a su padre y su madre al casarse de nuevo, la repudió, quedando al amparo de su abuela paterna que la cuidó hasta que ella murió.

Como a su padrastro no le interesaba tener que repartir la fortuna de sus hijos con ella, la chica fue vendida (con el consentimiento de su madre) a un grupo de traficantes de esclavos de Xicalango y tras un enfrentamiento entre mayas de Potochán y los mexicas de Xicalango, la muchacha fue cedida como tributo al cacique maya de Tabasco.

Se dice que no hay mal que por bien no venga y si algo bueno se pudiera sacar de la desgraciada trayectoria de la joven azteca, es que aprendió a hablar con fluidez la lengua maya-yucateca de sus nuevos amos, además de dominar su lengua natal, el náuatl. Lo que se consideraría un curso intensivo de idiomas actualmente, con el añadido de que o aprendía por simple cuestión de supervivencia o quedaba a merced de la maldad de sus dueños.

La Malinche ¿traidora o heroína?

De nuevo y como botín de guerra, vuelve a ser prenda de pago y en un enfrentamiento con los españoles, los indígenas de Tabasco son derrotados y ceden veinte esclavas como tributo, entre las que se encuentra Malinalli. Cuando Cortés descubrió su habilidad para los idiomas, debió quedar alucinado, pues una de las cosas que peor llevaba era no entender a los indígenas y no poder pactar con ellos, así que cuando la conoció debió ver el cielo abierto y se la quedó para él, como intérprete.

Del trato puramente laboral, la relación desembocó en lo que en la Historia queda como una relación amorosa, de amantes, de la que nació un hijo. Relación esta que habría que analizar porque considerando que ella era esclava, que estamos hablando del siglo XVI, de la mentalidad que tendrían esos hombres que consideraron que todo era suyo, incluso la vida de los hombres y mujeres (por y en nombre de la gracia de Dios, claro), el título de amante a Cortés le venía grande, más bien habría que barajar la posibilidad de una violación tras otra a la pobre de Malinalli, una mujer que estaba bajo su poder y de cuyas exigencias dependía su vida.

Decir que eran amantes bajo esas circunstancias, es tanto como decir que Trump tiene un alma candorosa y buena como una hermanita de la Caridad o que Cristian Grey estaba enamorado de la manera más sana de la prota y no tenía una dependencia emocional que le hacía ser un completo acosador (amparado y disculpado eso sí, por sus traumas de niño). Fuera como fuese, lo cierto es que a Malinalli le nació un hijo, Martin Cortés, considerado uno de los primeros mestizos surgido de la conquista de México.

Y por si no le bastasen desgracias, después de haber sido vendida por su propia madre, hecha esclava, cedida al demonio blanco, ser “amante” de Cortés, interceder buscando la paz de su pueblo mediante las negociaciones que ella misma dirigía con los líderes indígenas, se queda embarazada y le nace un mestizo, niño que sería el símbolo de la unión de ambas culturas, pero también la personificación de la traición para los indígenas mexicanos y un bastardo para Cortés, que poco después la abandonó.

Como quiera que hubiera hecho las cosas la Malinche, seguro que debió buscar la paz y la supervivencia de su pueblo, pues era amante respetuosa de la naturaleza, de los elementos vitales, como el agua, la tierra, fiel a las enseñanzas de su sabia abuela, única que le demostró cariño, cuando su misma madre prescindió de ella.

A siete siglos de diferencia seguir considerándola una traidora no es justo, pues lo que superficialmente quedó como una historia de amor, cuando con toda probabilidad fue víctima de malos tratos, humillaciones y vejaciones de todo tipo, no fue más que la lucha de una mujer entre la espada y la pared, entre el amor por su tierra y su gente y el instinto de supervivencia. Difícil situación la que tuvo que sobrellevar la Malinche, quien a mí, personalmente, solo me merece respeto.