El Turismo es beneficioso en muchos sentidos: ayuda a que conozcan tu país y además es una fuente de ingresos nada despreciable para los países que no tienen otro sector económico del que crecer. Volveré sobre esto más adelante porque lanzaré una serie de preguntas sobre si nuestro país debe resignarse a ser considerado dentro de ese grupo o si por el contrario no resulta radical ni extremista soñar con la posibilidad de construir algo distinto.

El turismo, repito, es por lo general positivo. Crea negocio, da empleo y además es una tarjeta de presentación de cara al exterior.

Sin embargo, como diría aquel, hay turistas y turistas, y la necesidad asfixiante de los últimos años ha beneficiado especialmente a una clase de turismo, y también de explotación turística, que comienza a suponer un problema para algunos sectores autóctonos de la población.

Turismo masificado, de sol y playa

No es mi intención, ni mucho menos, justificar las acciones que grupos como Arran y partidos como la CUP están auspiciando y realizando en Catalunya, y debemos separar rápidamente estos hechos de la cuestión turística. Dichas acciones sólo son actos políticos muy ligados al proceso independentista que se quiere culminar el próximo 1 de octubre. Responden, pues, a otro de los serios problemas por los que pasa España en la actualidad.

Los problemas reales que trae el turismo masificado y descontrolado a la población son precisamente esos: la masificación y el descontrol. En nuestra geografía observamos zonas excesivamente copadas por los visitantes estivales, como las grandes ciudades y la costa mediterránea, mientras que otras apenas se benefician del flujo turístico, como muchas zonas del interior peninsular, fuertemente castigado por la crisis y con una tasa de envejecimiento de la población muy preocupante.

La idea de negocio sigue siendo el turismo “de sol y playa”. No hay explotación cultural ni fomento del turismo rural, o al menos no se ha sabido vender hasta ahora, y eso empieza a crear grandes desigualdades entre unas zonas y otras. Podríamos decir que se ha sustituido una Economía de “desarrollo industrial” por una de “desarrollo turístico”, en el que los agujeros y las diferencias son, si cabe, más palpables que las del modelo anterior.

Camino de resignación

Eso en cuanto a la masificación del sector. El descontrol se demuestra cuando empresas privadas como Airbnb oferta casas de alquiler turístico sin asegurarse de si el arrendador es el propietario de la vivienda o no, o cuando ya hay zonas de nuestra geografía catalogadas como de “turismo de borrachera”, con los altercados y problemas de convivencia que eso ya está ocasionando al residente autóctono, amén de la mala fama.

Y ahora, una serie de preguntas. ¿Está el progreso económico de España ligado exclusivamente al sector turístico? ¿Debemos resignarnos a ser un país de camareros y hosteleros? O, por el contrario, ¿debemos caminar de alguna forma hacia un modelo en el que sea posible tener otros sectores que también permitan tener una economía fuerte?

En este último punto, soy consciente de que España ya no es un país autodependiente, y que la economía global crea estados de primera, de segunda y de tercera. Así que sí, parece que tendremos que resignarnos a ser una nación de hosteleros y camareros durante décadas.