Son muchas las instituciones educativas que se han subido al carro de aclamar con orgullo y seguridad ser dinámicas, adaptativas y capaces de acercar a sus alumnos a la vida laboral, preparándolos para afrontar los retos que se van a encontrar “en su vida”. Se defiende la autonomía, el potencial individual, la predisposición evolutiva inherente a nuestra especie, y la capacidad para el trabajo en equipo. Y algunos se preguntarán: "¿Es así como me toca calibrar la rigidez implícita en la norma que justifica la excepción que confirma la regla?".

Una dinámica en instituciones que afirman dinamizar

Revolviendo entre la información en la red, no resulta nada difícil encontrar alusiones a la ineficiencia o las limitaciones implícitas a la educación tradicional, y también a menudo se defiende que determinados profesionales del sector, a menudo pertenecientes a un centro que trata de autopromocionarse, se alejan de dicho espectro en sus métodos de Enseñanza, aprovechando para hacer todo un despliegue, siempre que resulte posible, de montañas de papeleo que por supuesto deben suponer un aval incuestionable y causar admiración.

El aprendizaje, una constante fundamental en la vida

Desde el momento en que nacemos, todos comenzamos a aprender, y entra en juego la importancia de la enseñanza.

Vivir se basa principalmente pues en la interacción que fundamenta su base sobre el conjunto de la experiencia y los conocimientos, contextualizados según la incidencia de las variables que a cada individuo le tocan, y condicionadas por su propio perspectivismo, sin embargo a menudo se confunden, se desarrollan, se asumen o se dan por válidos o legítimos conceptos que quizá podrían etiquetarse como erróneos o perjudiciales.

Curioso, cuanto menos, el grado en que unas experiencias subjetivas pueden llegar a incidir sobre otras, individuales y diferentes, y como se recrea a lo largo de una gran interrelación que se extiende en el infinito, más allá del propio espacio y tiempo, rozando el sentido metafísico.

Una enseñanza normativa para una sociedad normativa

En la sociedad actual, en la que como su nombre puede dar a entender el individuo se contextualiza junto a sus congéneres, estos a su vez son capaces de marcar fuertemente la tendencia, con un precedente que se alarga hacia atrás en la historia y que se desarrolla como un continuo evolutivo ya preconcebido, si bien de nuevo puede cuestionarse el criterio del término y cuya dirección es asumida como normal, cuando lo normativo es únicamente aquello que ha sido aprehendido como habituación y no como optimización, en un mundo donde ambos términos tienden a ser confundidos y donde la esencia llegaría a ser progresivamente reprimida, ignorada y silenciada con el paso del tiempo, hasta el momento en que una persona no sería más que el reflejo de una realidad, que contribuye al ciclo, proyectándola nuevamente.

El objetivo es el bienestar. "Estado de bienestar", alegan algunos. Por definición. Por sugestión. Con una sonrisa, o tras rudas palabras cargadas de estoicismo. Definición de salud, definición de objetivos. Valores, humanidad, ad ignoratium. Quizá sea necesario realizar una calibración de los términos, las bases y concepciones, y reflexionar entre prejuicios y preconcepciones para determinar dónde empieza la ficción, si en apariencia, todo gira en torno a eso, y si llegamos a creerlo, así como el hecho de que todo está construido en base a un orden, sin que sea fácil la tarea de establecer el punto, si aplica, en el cual terminó la mentira, y cuándo dio comienzo lo que meramente ‘es’.

La falacia de la norma sistematizada frente al protagonismo individual

Así pues, ¿qué somos? ¿Interesa la redacción y estadística de una investigación, tus emociones, tu impresión? Sería de agradecer en determinadas ocasiones que se apartase el papeleo, la genialidad y la falsa genealogía histórica de notaría sobre la que muchos se escudan para disimular su incompetencia, para conocer la notoriedad real, para poder apreciar qué se ha hecho, que se ha alcanzado y conseguido, y hasta donde se extienden las consecuencias, porque ese es uno de los reflejos del poder de lo que en realidad es un profesional, y un legado auténtico del mismo. No es necesariamente bueno, por tanto, extraer sistemáticamente de los marcos dorados cada acreditación y título emitidos por sitios acreditados por más papeles que, a veces, se fundamentan sobre falacias.

Dejando al aspecto más personal en un segundo plano, es posible tomar la máscara de su consigna, sin inferir sobre absurdos debates tratando de discernir si alguien es lo que hace, lo que parece, o si se puede siquiera aspirar a cualquiera de las opciones. En ocasiones, ante determinados contextos, tal vez lo correcto sería dejar demostrar lo que alguien puede llegar a ser, lo que puede demostrar, y tal vez cuando esa persona se encuentre realmente libre de las cadenas de expectativa, criterio y juicio, sea capaz de avalar su potencial real, ya que dada la situación, tal vez esa persona no sería lo que otros hubiesen pretendido, o hubiesen influido en hacer de ella, sino que adquiriría libertad con respecto al ego, tanto propio como al del resto.

Especialmente, si la enseñanza no es, en realidad, tan dinámica o centrada en el alumno como se ha argumentado.

Olvidamos la asunción de que en la actualidad, a este lado del telón, otra persona no va a demostrar hostilidad hacia nosotros y, de hecho, es esperable que ocurra lo contrario, porque las reglas de supervivencia han cambiado. No esperas que haya un depredador, a pesar de que tristemente las puñaladas traperas sean trending. A veces nos olvidamos de la competición social, sus manifestaciones y su impacto.

El rol del docente y el rol del alumno

Es sorprendente que aún existan profesores ególatras que toman su sillón con majestuosidad, omitiendo las necesidades, o imponiendo las medidas para cubrir aquellas que en su sabiduría y desde su posición considera que debieran ser, de sus Estudiantes mientras buscan su propia comodidad, carentes de la vocación de la que hubiera sido deseable hacer gala, a menudo contagiando a sus alumnos con el desdén, la frustración y la desidia, generando así sentimientos de ineficacia, disminuyendo sus capacidades y condicionando los conocimientos que, con suerte, será capaz de retener, a un precio que solo cada uno de los que pisen el aula podrá conocer.

Todavía hay profesores a los que la situación concreta de un estudiante les resulta indiferente, para los cuales sus fundamentos son infalibles e incuestionables, y que a menudo utilizan criterios de evaluación sin adaptar, a menudo basados en falsas cribas mal elaboradas que además de limitar al evaluado genera una enfermiza percepción de validez mal asumida, por su correspondiente ilusión de equidad, entre otros factores. O peor, aún evaluarán en base a impresiones, aspecto físico, clase social, o tendencia política, perdiendo la neutralidad.

Serán muchos los alumnos que hayan pasado por una situación similar a la descrita, que habiendo esperado idealmente algo diferente, tal vez por criterio y jerarquía, han de acogerse a los rezos a Talión, o a los principios de la indefensión aprendida, al haber encontrado en su lugar una hipocresía en la que se mantiene una moral que defiende una serie de valores y condena otras posturas, donde alguien define lo bueno y lo malo como si fuesen conceptos que pudiesen establecerse y valorarse a la ligera tomándolos como tal, en un mundo donde lo que confería un sentido a dichos mantenedores se extingue, con una falsedad que impone que da igual lo que hagas, se valora lo que pareces, y siempre en relación de a quién se lo pareces.

De nuevo, el concepto unificado de justicia en un mundo complejo común integrado por componentes individuales y carente de equilibrio no puede generar más que desequilibrios, de manera que mientras siguen basándose en el uso de los métodos de siempre, con pequeñas variaciones que aun así hay que reconocer que suponen grandes avances, de nuevo pretenden que el oyente adquiera su producto, clamando reiteradamente por el frescor de lo que anhela oír hasta que se le escape un falso orgasmo complaciente. La duda reside en si la propia institución es capaz de creer sus mentiras, cuando las hay.

La enseñanza rígida y el potencial del alumnado

En muchos casos no importa el alumno, que debería ser protagonista, su formación personalizada, ni sus circunstancias, solo importa la otra parte y las suyas.

Esas veces en el aula en las que no fue la prioridad, allí donde nunca lo ha sido, nunca lo será más que como inversión, producto y recurso humano, y eso, de ser el caso, hubiese sido su valor. Eso, su cartera, su renombre, sus estudios normativos, su aporte específico. En mayor o menor medida, así es como funciona en algunos casos.

Nadie puede genuinamente hablar un idioma, ni entenderlo, si no lo conoce, es más, es probable que incluso no le importe lo más mínimo. Así que, cuando se da el caso, ¿cómo se demuestra lo que se sabe hacer? ¿Lo que se ha hecho y se puede llegar a hacer? Si todas las creencias, ilusiones, conocimientos, pensamientos, capacidades, y cada acto, palabra, experiencia, sentimiento o emoción se ven condicionadas por una persona a la que no le importa.

En estos casos, todo el esfuerzo no vale nada en el caso de que no encaje con lo que se ha marcado, y el futuro, toda la vida, depende de la decisión de alguien generalmente incapaz de priorizar de una manera estable, precisa, fundamentada, y sin que se vea condicionada por factores aleatorios, en pos de un objetivo constructivo. Es en este punto cuando parece que todo el mundo se llega a acostumbrar a asumir sus propias mentiras, con la posibilidad de distorsionar la realidad común. Aparecen la desilusión, el conformismo y resignación.

El poder del docente

Es bonito poder preparar, si se está preparado. O poder hablar si se tiene lengua, y escribir, si hay teclado. Tener el poder de actuar, por razones, por convicción, por impulsos, por omisión, porque sí.

Poder vivir. Poder sobrevivir. Poder elegir. Representar el papel que toca, aparentar lo que es esperable, bajo el rol que la situación plantee. Es adaptación. Cómo sobrevivimos es lo que nos hace, pero no olvidemos que las actuaciones no nos definen necesariamente.

Afortunadamente, es cierto que cada vez hay más casos de la situación contraria, casos en los que la egolatría impuesta de los docentes resulta inexistente. Son muchos los auténticos profesionales que, sabiendo transmitir los conocimientos y enseñar de manera lúdica y cercana, están abiertos al diálogo, e incluso son capaces de orientar, adaptar y prestar ayuda, también en el ámbito personal correctamente si es necesario, y siendo capaces de sacar el potencial de los estudiantes, favoreciendo su progreso y crecimiento personal, e impulsándolos a alcanzar sus metas.

De esta forma hacen honor a la enseñanza, a los principios fundamentales, a sus alumnos y a sí mismos. Admirados y con renombre auténtico, ya quede reflejado en mayor o menos medida de manera ‘oficial’, resultan ser maestros capaces y auténticos guías en la vida de muchos de quienes llevarán su huella en el futuro habiendo tenido la suerte y el placer de formarse en sus manos, que en muchas ocasiones quizá ni siquiera manifiesten su agradecimiento o sean conscientes de la magnitud del impacto de la experiencia.

A estas alturas aún parece que llevar encima las vendas forma parte del Aprendizaje, ya sea para no ver, para cubrir heridas que dejarán o no cicatriz, o para pelear, si se permite el juego figurado. Tal vez algún día sea factible dejar atrás el planteamiento sobre quienes debemos ser y quienes se asume que son, para simplemente ser sin condición. Pero hoy no es ese día.

En este día, quizá debamos encontrar sentido en creer que lo importante es que tú y yo sepamos quiénes somos y quiénes queremos ser.