La gran insatisfacción humana

De entre los grandes y complejos vocablos de nuestra lengua, por su difícil definición, nos hallamos de frente con la misteriosa “felicidad”. Junto a ella, caminando de la mano, también podemos ver a doña “fortuna”, a la escurridiza “suerte”, y al ansiado “bienestar”, entre otros deseados. Pero…la felicidad ¿qué es la felicidad?

Quien más, quien menos, todos nos hemos cuestionado esta pregunta alguna vez en la vida. Si lo que queremos es saber su definición según los eruditos de la lengua, hallaremos que la felicidad es un “estado de grata satisfacción espiritual y física” o quizás si esto no nos convence, la “ausencia de inconvenientes o tropiezos”.

Para la primera opción, bastante ambigua y vaga, habría que cuestionarse de nuevo, ¿tiene todo el mundo el mismo concepto de grato para que ambas condiciones sean, valga la redundancia, gratificantes? De la siguiente explicación, bien podemos entender que la felicidad es toda aquella etapa o tiempo en que no nos enfrentamos a ningún problema, ¿pero es esto suficiente, y lo que es más, es realmente cierto?

Los grandes pilares sobre los que se asienta la felicidad

Basta poner en tela de juicio la dichosa palabrita, para que otras salgan inmediatamente a la luz como apéndices de esta. Dinero, amor, salud, éxito… satélites dependientes todos, girando en torno a un sol luminoso al que parece imposible llegar.

¿Es la felicidad entonces ese estado de alegría que se produce cuando nos compramos algo que desde hace tanto deseamos? ¿Será quizás ese momento sumo, cuando hayamos a esa persona con quién queremos compartir el resto de nuestra vida? ¿O será quizás conseguir ese puesto de trabajo por el que tanto hemos estudiado y luchado?

Teniendo en cuenta que la compra de algo material produce una felicidad insuperable que apenas suele durar más de un día, la pregunta sería esta vez ¿Es tan efímera la felicidad? ¿Es que tenemos que estar comprando continuamente para no perderla? ¿En verdad tenemos que estar buscando objetivos externos continuamente para ser felices?

Tal parece que el hombre vino a este planeta con defecto de fábrica, pues en su natural ser y existir, no haya un estado interno satisfactorio que le haga sentirse satisfecho.

La felicidad se demuestra de adentro hacia afuera

Caemos en el error, por algo errar es de humanos, en pensar que aquellos que se ven más felices, aquellos que ríen más a menudo, o los que simplemente sonríen a la vida pase lo que pase, son las personas más felices ¿pero será esto cierto? No es raro encontrarnos imágenes, fotografías espectaculares por su dramatismo, por su pobreza extrema, en las que vemos retratados niños sin ropa, cubiertos de moscas, pero con una gran y luminosa sonrisa ¿es que ellos son felices? En el extremo opuesto sabemos de los más “afortunados”, de aquellos que nada les falta, ya que es tanto su capital monetario que no tienen nada de qué preocuparse, pues pueden poseer todo aquello que puedan imaginar ¿son ellos los dueños de la felicidad, aunque la sonrisa en su cara brille por su ausencia?

Si la necesidad de dinero no fuera suficiente para marcar ese límite bien definido para ser o no feliz, entra en escena otro nuevo condicionante que nos desvela que aun hay más y ese es la libertad. ¿Quién que tenga que trabajar doce horas al día puede decir que es feliz?, se excluye de trabajo aquello que amamos hacer, ya que no siempre coincide puesto de trabajo con nuestra verdadera pasión y afortunado el que tiene ambas en una. Entonces, si no hacemos lo que queremos porque tenemos que emplear nuestro tiempo en trabajar, pues no nos queda de otra para poder subsistir ¿nos estamos resignando a ser infelices? ¿Es ese el fin de nuestra búsqueda?

¿La felicidad? algo más sencillo y asequible de lo que nos imaginamos

Tanto más sencilla sería nuestras vidas si imitáramos el comportamiento de los animales. Dicho así puede sonar disparatado, pero son ellos los que viven el presente sin agobios, ansiedad ni depresiones, ocupándose justo del momento que viven sin adelantarse al futuro, imaginando hipotéticas situaciones, ni deseando alcanzar una meta de manera insana. Es ahora cuando la palabra salud, toma un papel relevante.

Nos preocupamos tanto en alcanzar nuestros objetivos, ansiosos por experimentar una felicidad que soñamos idílica, que vamos perdiendo por el camino lo más importante para poder seguir viviendo con una buena calidad de vida.

Si llegamos a alcanzar nuestras metas, a veces gozaremos de ese momento plenamente, pero otras tantas no podremos disfrutarlas como toca, pues nuestra salud estará enferma y debilitada. ¿Merece la pena entonces enfocar toda nuestra energía en busca de un estado idealizado, mientras cerramos los ojos a todo aquello que nos rodea día a día? ¿Es la meta entonces o el camino el que debe disfrutarse? ¿No es más largo el camino de espera que la efímera explosión de alegría de haber llegado a ese punto establecido? Si creemos que solo en determinados momentos de la vida seremos realmente felices, entonces será en contadas ocasiones durante toda nuestra vida, que llegaremos a serlo. Haciendo una similitud con las relaciones sexuales, la felicidad sería solo el momento máximo del orgasmo, mientras la vida en sí compondría todos los preámbulos, sin los cuales en muchas ocasiones no se llegaría a ese momento de éxtasis.

En cambio, si dejamos de basar nuestra felicidad en las inestables emociones que aún nos rigen desde nuestro cerebro reptiliano y saboreamos, valorando cada momento del día como ese instante único e irrepetible, quizás podamos entender que la felicidad surge cuando la calma es plena, justo cuando se deja de buscar.