Ayer el matador de toros Iván Fandiño, fallecía mientras practicaba el arte de la tauromaquia. Muchos como yo, consideramos la tauromaquia uno de los mayores espectáculos que se puede presenciar. La lidia de toros es una lucha a muerte entre un ser humano ataviado de una muleta y un toro de más de 600 kilos protegido por sus pitones; ayer el toro ganó la batalla.

Los aficionados a la tauromaquia, sabíamos que ir a ver a Iván Fandiño a la plaza, yo sólo tuve la ocasión de hacerlo dos veces, era garantía de espectáculo. Siempre se citaba con la muerte en cada muletazo, derrochaba valor, coraje y jamás se dejaba nada, siempre se vaciaba con cada toro.

No importaba la tarde, ni el cartel, ni la plaza, Iván siempre toreaba como si fuera el primer día. Toreaba de verdad, engrandecía a la fiesta y recordaba a todos los presentes, que aquí se muere de verdad. Ningún aficionado olvidará sus ajustadas chicuelinas, sus naturales interminables, su peculiar forma de ejecutar la suerte suprema y por supuesto, su valor.

Pasará a la historia por ese gran mano a mano con David Mora, en el cual acabó toreando con un pantalón vaquero tras ser cogido en más de cuatro ocasiones. Todos los aficionados recordaremos la gloriosa entrada a matar que realizó sin muleta, cara a cara con el toro, sin ningún otro tipo de protección más que su propio cuerpo. Aquella gloriosa tarde, le permitió salir por la puerta grande de La Monumental de Las Ventas.

Por desgracia, su muerte nos ha recordado, que aquí se pasa de la gloria a la tragedia en segundos. Esa es una de las tantas cosas que conforman la grandeza de este espectáculo.

La lidia de toros tiene un componente que lo convierte en un espectáculo único en el mundo. No se puede explicar con palabras aquello que trasciende de la razón y de cualquier tipo de ideología.

Ha sido admirada y ha inspirado a grandes personajes como Salvador Dalí, Picasso, Lorca, Machado, Ortega y Gasset, Valle Inclán, Hemingway, Rafael Alberti, etc. Intentar explicar a alguien que reduce todo lo que rodea a la fiesta por excelencia, en la muerte del toro es perder el tiempo. Ningún aficionado disfruta con la muerte del toro, todo lo contrario.

Si a mí o a cualquier aficionado le preguntas qué quieres que pase en el festejo, la respuesta es unánime: 6 toros indultados y tres toreros por la puerta grande.

Entiendo perfectamente que haya gente que deteste la fiesta, que odie con todo su ser lo que supone e incluso, puedo llegar a entender que quieran prohibirla. Pero jamás podré entender que exista gente tan miserable que se alegre de la muerte de un ser humano de 36 años que deja una esposa y una hija. Iván podría haber sido tu hermano, tu padre, tu hijo, tu novio o tu mejor amigo.

La diferencia cultural, el pensar diferente, el tener visiones diferentes es algo positivo. Todos ganamos con eso. El problema es cuando una visión se cree superior a la otra, cuando alguien quiere prohibir aquello que no le gusta porque considera que su ética es la única válida y la del resto no lo es.

¿Acaso es más ético consumir un chuletón de un cerdo que ha sido transportado durante horas en un camión y en el que han fallecido de asfixia decenas de ellos? ¿Es ético querer exterminar de la faz de la tierra al toro bravo? ¿Es ético alegrarse de la muerte de un ser humano? La superioridad moral de los ‘’ultraéticos’’, acabará por prohibir la fiesta de los toros, después nos prohibirán comer carne, luego pescado y al final, nos prohibirán vivir.

En definitiva, como dijo Federico García Lorca: ‘’Los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo.’’