Mantengan la calma

Sí, es cierto, la tecnología falla. Los sistemas se caen, se pueden colapsar... y, aun así, no es el inicio de un apocalipsis de la comunicación. Tranquilos, hay alternativas. Pero planteo una cuestión: si de pronto no tuviésemos una alternativa semejante a este servicio de mensajería, ¿hasta qué punto afectaría socialmente? E incluso al carácter individual, estoy seguro que a más de uno le condicionaría.

Es necesario hacer un ejercicio profundo del uso y relevancia que tienen ciertas herramientas o recursos que hoy día se encuentran al alcance de un alto porcentaje de la población mundial.

No se puede permitir un ser humano de nuestro siglo alertarse por algo tan superfluo como es la caída de un útil como si le arrebatasen uno de sus dedos -los pulgares, en este caso- y, después, precisar luchas para reivindicar que no se abandonen animales en condiciones inhumanas todos los veranos. Es posible que algunos me llamen demagogo, lo acepto porque soy conocedor de la necesidad de etiquetar y criticar, pero creo que cuando se trata de un trasfondo egoísta como es, en este caso, el sentir la carencia de una posibilidad fácil de comunicarse todos publican en su muro de Facebook lo fastidioso que les resulta. Sin embargo, cuando se trata de una carencia que afecta a una persona concreta, a unas cuantas familias, a un colectivo o a un país, tan sólo afloran algunos -que por cierto, mi eterno agradecimiento por ser los culpables de que siga existiendo la verdadera humanidad-.

No voy a extenderme mucho más, no lo requiere la noticia. Si lo hago es porque me veo en la necesidad de aprovechar este tipo de circunstancias que, en ocasiones, se dan. Aprovecharlas para hacernos pensar, para reflexionar, que nunca está de más.

Tan sólo un apunte extra, basta de apuestas del tipo "quien coja antes el móvil paga la cuenta" cuando se organiza una comida familiar o con amigos.

Basta aún más de que, para más inri, uno pierda tal apuesta dejando como vencedor a la triste realidad de que las verdaderas cosas importantes dejan de ser apreciadas. Tomemos un café hablando con el de al lado y no con el que está al otro lado del mundo, demos más paseos mirando a los ojos en lugar de que acaben poniendo semáforos en los pasos de peatones para no ser atropellados al cruzar.

La felicidad no erradica en tener lo mejor, ni lo último del mercado y, por supuesto, no se adquiere mediante la comodidad progresiva. Aprendamos a ser felices por ser humanos.