Está de actualidad el debate sobre la libertad de expresión y sus límites, especialmente a raíz de las licencias que se toma la prensa y algunos políticos en sus declaraciones ante la opinión pública. Hoy día, en nuestra sociedad caprichosa cualquier cosa está justificada bajo el paraguas de la Libertad de Expresión. El problema que no se quiere reconocer es que la libertad no consiste en poder hacer y deshacer a voluntad, sino en ser capaces de responsabilizarse de las consecuencias nefastas de nuestra actuación. Esta importante dimensión ha sido hoy olvidada y nos conviene tener más memoria.

Nos amparamos hoy en nuestros derechos a decir y hacer lo que queramos, pues según parece, una sociedad democrática, debe permitir una amplia gama de libertades a los ciudadanos. El problema está en que una democracia no puede permitirlo todo si lo que quiere es sobrevivir. La democracia se basa en unos valores fundamentales que se deben defender y están escritos en piedra. Uno de estos valores, efectivamente, es la libertad, pero una libertad igual para todos y para todas. Esto es lo que se está tratando de hacernos olvidar por parte de señores y señoras con intereses muy poco democráticos.

Proliferan hoy en día una enorme cantidad de discursos que bajo las bonitas palabras de defensa de los Derechos Humanos y la seguridad nacional esconden auténticas declaraciones de odio frente a ciertos colectivos minoritarios.

Señalar como ejemplos las palabras de Donald Trump o de Le Pen en Francia, sería irnos innecesariamente muy lejos de casa. Aquí, en España, tenemos a nuestros propios demonios, se les puede ver en las televisiones e incluso en los parlamentos autonómicos: Hermann Tertsch o Raúl Albiol podrían citarse aquí como ejemplos, tampoco se libra la literatura de prestigio, léase con cuidado a Arturo Pérez Reverte y destilará su misoginia.

Estos discursos son, realmente, una violación de nuestra dama libertad.

El problema con los discursos del odio es que son totalmente contrarios a la libertad que la democracia necesita, porque vulneran la libertad de otros colectivos, concretamente, la libertad para realizarse y ser reconocidos como seres humanos sujetos de derechos.

La argumentación es simple, la libertad no es como el pan de un bocadillo, no lo aguanta todo. Es un problema que hoy día nos apremia, el relativismo debe desaparecer, porque mina los valores democráticos. Pensémoslo de este modo, ¿está justificado el terrorismo? La respuesta de un relativista consecuente debería ser que sí, la de un demócrata convencido sería no, bajo ningún concepto. Del mismo modo que un demócrata diría no a los discursos del odio mientras que un relativista los apoyaría. Que cada uno reflexione por su cuenta del lado en que quiere estar. Sólo añadiré que todas las vías alternativas a la democracia han demostrado ser funestas.