No sé vosotros, pero yo soy de las que piensa que en los centros educativos únicamente deben haber profesionales de vocación. Pero cada día que pasa, nos sorprendemos al leer artículos de docentes que no han querido adaptar un examen a un alumno con dislexia. Nos sorprendemos al leer, que hay maestros que van a sus respectivas clases cansados, aburridos, amargados y poco motivados. Nos sorprendemos al ser conscientes, de que en las aulas, también hay profesores que no deberían llamarse así. Que no todos son docentes que luchan por una educación de calidad, y por transformar el sistema educativo para adaptarlo a los alumnos.

Aunque nos duela leerlo, en muchas ocasiones, es la pura realidad.

Existen maestros (más de los que me gustaría), que siguen utilizando metodologías obsoletas en el aula, que siguen castigando, que siguen sentados en sus sillas sin dejar que los estudiantes comenten, expresen, y debatan entre ellos. Claro, llegados a este momento nos preguntamos lo siguiente: ¿por qué? ¿por qué hay docentes sin vocación en las aulas? Pues realmente, no sé qué contestar a esa pregunta. Posiblemente, se hayan equivocado de carrera y de profesión. O posiblemente, se hayan sacrificado por obtener un empleo y un sueldo fijo a pesar de no sentir pasión por lo que hacen día a día. No son pocas las veces que he tenido que escuchar "voy a estudiar magisterio porque es lo más fácil y se cobra un montón".

De hecho, han sido bastantes. Esas decisiones, esas malas decisiones, únicamente repercuten a los alumnos y a las familias.

Unos estudiantes, que necesitan motivación, emoción, inspiración y sorprenderse. Necesitan saber que ir al centro educativo no es algo aburrido. Necesitan saber que aprender es algo interesante, y que también puede llegar a ser divertido.

Necesitan maestros y profesores auténticos, que les acompañen en el camino. Necesitan maestros que hagan brillar lo mejor de sí mismos, que den importancia a sus talentos, y que les escuchen. Sin embargo, no siempre es así. No siempre se dan esas situaciones en las aulas. Y en algunas ocasiones, los estudiantes tienen que presenciar malas palabras, poca vocación, poca motivación y una nula emoción por parte de los que son sus profesores.

Y eso, también lo sufren sus familias.

Debería ser bastante lógico, que las personas que eligieran (porque a nadie se le obliga), ser maestro, sintieran ilusión, y emoción. Sintieran lo que viene siendo esa pasión por hacer algo que realmente desean. Y que transmitieran todos esos valores buenos a los alumnos. Pero está claro, que la profesión docente no es tomada en serio. En muchas ocasiones, es la opción más asequible de estudiantes que no han podido acceder a otro grado, o de alumnos que escogen magisterio por estudiar algo y tener un título colgado de la pared. Solo nos queda pensar en los docentes que sí lo son de corazón, en apoyarlos de manera incondicional, y en agradecerles todo lo bueno que hacen por un sistema educativo que pide un cambio con urgencia.