El arribo del nuevo año trae consigo una lista de propósitos y decisiones que pueden afectar tanto psíquica como físicamente a quien las toma. El crecimiento económico que atraviesa España no ha detenido la ola migratoria ascendente que comenzó cinco años atrás. Miles de jóvenes y adultos dejan su tierra en busca de nuevas oportunidades y experiencias para enfrentarse a una nueva vida, con las dificultadas que eso conlleva.

Diana Vilar Rubiano es psicóloga y se ha especializado en salud familiar y migraciones internacionales. De la decisión de dejar un sitio para comenzar de cero en otro puede hablar en primera persona.

Colombiana de nacimiento, lleva más de 15 años residiendo en el extranjero, actualmente vive entre España e Inglaterra.

“En la experiencia de migrar hay duelos por las pérdidas, por lo que suelo aconsejar que, quien se enfrente a ello mantenga una visión realista. Saber distinguir los cambios y procesos y ser consciente de que la distancia no resuelve los problemas, la distancia otorga una visión diferente”, aconseja Vilar Rubiano.

Consultada al respecto de un posible proceso psíquico que lleve a ciertas personas a tomar la decisión de migrar, Diana asegura que no existe “un proceso psíquico, como tal”, que determine la idea de migrar en un sujeto. “Sí existen condicionamientos, que no son para nada generalizables, que pueden interferir en la idea o no de migrar.

Están relacionados con la historia y la vida de cada individuo e interviene lo social, familiar, económico y cultural. Lo contrario ocurre con la adaptación al nuevo espacio, ahí sí que interviene un proceso psíquico que posibilita la integración o que la rechaza, en la mayoría de los casos suele ser de aceptación a la nueva cultura y forma de vida, a la rutina y los nuevos hábitos.”

Sobre los cambios que nuestra psiquis enfrenta ante el traslado internacional comenta que lo primero que se ve afectado es nuestra sensación de seguridad y nuestra identidad, los referentes sociales y culturales a los que le dábamos carácter de verdad, ya no están.

Y ahora no solo conocemos otros, sino que además convivimos con ellos a diario.”

Cuando una persona emigra existen dos factores que se interrelacionan permanentemente. Uno es la separación y el otro, la adaptación. En el primer caso, el individuo deja a un lado todo su mundo conocido, la familia, los amigos, el trabajo, la cultura, etc., en el otro la persona hace un esfuerzo por integrarse y ser aceptado en el nuevo país.

La especialista asegura que “es un proceso en movimiento, para nada rígido. Uno avanza y retrocede en ese viaje. Hay días buenos, en los que predomina la alegría y días malos, de tristeza, desesperanza y melancolía.”

Por último, detalla las distintas maneras de sobrellevar la migración. “No todas las personas atraviesan un cambio tan trascendente de la misma manera. Es algo individual y personal, aunque se esté acompañado. Lo que cada persona vive es algo particular, que deberá ser entendido con los tiempos y necesidades de cada individuo.”