El Tesoro de Príamo constituye uno de los hallazgos arqueológicos más importantes. Fue descubierto por el alemán Heinrich Schliemann en el año 1873 y en la actualidad sigue siendo objeto de grandes polémicas. La investigación arqueológica -y, por consiguiente, el verdadero conocimiento de la antigüedad- vino de la mano de los decimonónicos, aficionados a lanzarse a la caza de leyendas o tesoros descritos por los escritores clásicos y que ahora contaban con una herramienta más para ello. Así, emplazamientos como Pompeya habían sido considerados únicamente como parte de estas antiguas narraciones hasta el mismo momento de su descubrimiento y esto, lógicamente, había dejado la puerta abierta a quienes, como Schliemann, soñaban con demostrar los primeros la existencia de estos lugares.

La creación del arqueólogo

Obsesionado con la antigüedad desde pequeño y criado en el seno de una familia humilde, Schliemann comenzó a estudiar idiomas por su cuenta –de los que llegó a dominar quince- y a escalar en la sociedad hasta reunir el dinero suficiente para, ya en su madurez, iniciar el proyecto más atrevido de su vida: la búsqueda de la Troya homérica. Siendo ya un hombre rico y de negocios, contrató la mano de obra necesaria y, rodeándose de un gran equipo de seguridad, se dedicó a excavar cerca de la colina de Hissarlik (Turquía) hasta dar con el emplazamiento de una ciudad que identificó como Troya. La prisa con la que accedió a los estratos más antiguos deterioró el yacimiento y, sin embargo, Schliemann no encontró allí lo que estaba buscando ya que no había prueba alguna de la existencia de un Héctor o un Agamenón.

El arqueólogo no sabía que estaba estudiando los restos de la Troya II, mientras que la descrita en la Ilíada se correspondía con la Troya VII –ocupada cientos de años después-. No obstante, Schliemann contó que su esposa Sophia, paseando un día cerca del yacimiento, observó brillar un objeto que desencadenó el descubrimiento de un tesoro entre la puerta y una de las gateras de la ciudad.

Mandando -según su versión- a los obreros a comer, el matrimonio decidió encargarse de la extracción de los objetos por su cuenta y presentarlos más tarde en conjunto.

La narración de los hechos no se sostenía

En primer lugar, la ubicación en que dijo haber encontrado el tesoro indujo a sospechas, ya que nunca se habían encontrado piezas de esa categoría bajo la puerta de una ciudad.

Además, se supo que había sacado los objetos de manera ilegal y los había mandado a Grecia para no ceder la mitad correspondiente al gobierno otomano. Continuando con las mentiras, su mujer ni siquiera había estado en el yacimiento en la supuesta fecha del hallazgo y la famosa foto que le realizó con las “joyas de Helena de Troya” fue uno de los principales elementos delatores.

Todo esto llevó a pensar que Schliemann, que había sobrevivido gracias en parte a la pericia desarrollada a lo largo de una vida llena de adversidades, se había encontrado las piezas de un puzle que se parecía mucho al deseo de su vida. ¿La opción más obvia? Montarlas ante una sociedad ávida de historias y que durante mucho tiempo creyó también la suya.

Hasta hace muy poco tiempo, el asunto ha sido el foco de varios conflictos internacionales debido a la localización y propiedad del tesoro pero, aún siendo falsa, es una de las anécdotas favoritas de la arqueología. No fue esta la única ocasión en que Schliemann fue acusado de manipular las excavaciones por lo que, cuanto menos, podemos decir que Schliemann fue todo un aventurero y que, sin lugar a dudas, logró su sueño al tener guardado para siempre un lugar en la Historia.