Como sucede con todas las grandes figuras religiosas de la historia, en el caso de la vida de Buda es difícil determinar dónde termina la leyenda y dónde empieza la verdad biográfica. Sin embargo, la mayoría de los especialistas están de acuerdo en aceptar el año 560 a. de C. como la fecha de su nacimiento.

Tradicionalmente también se acepta que fue hijo de rajá Suddhodana, del clan de Sakyas, que reinaba en el pequeño principado de Kapilavastu, situado en la ladera hindú del Himalaya. Su madre fue la reina Mahamaya.

Según la leyenda Buda entró en el seno de su madre adoptando la forma de un pequeño elefante.

Durante su nacimiento Mahamaya permaneció de pie, apoyada en una rama de higuera, mientras un dios recogía en un lienzo al niño nacido de su flanco.

Los diversos nombres de buda

Los textos designan a Buda con diversos nombres. Además de Siddharta, que es su nombre de nacimiento y significa “aquel que ha realizado su fin”, y de Gautama, que es su nombre patronímico, lo llaman también Sakyamuni, que quiere decir “el sabio nacido de la familia de los Sakyas”.

Se le conoce también como Bhagavat, o sea “el que posee la dicha, el bienaventurado”. Se le aplica igualmente el término Tathagata: “el que ha llegado, el perfecto despierto”.

Otras tradiciones prefieren identificarlo con el nombre de Jina: “el victorioso”.

Sin embargo su nombre más generalizado es Buda, que literalmente significa: “el que ha despertado, el iluminado”.

De príncipe a místico

Siddharta vivió la juventud común a todos los príncipes de la India en el fasto y el lujo. A los dieciséis años se casó con su prima Yasohara, de quien tuvo un hijo, Rahula. Fue esposo ejemplar y vivió una existencia dichosa y tranquila hasta la edad de veintinueve años.

Llegado a esta edad y desencantado de la “ilusión” de la vida, tomó la gran decisión de encontrar la verdad. Abandonó pues a su familia y renunció a todas sus riquezas. Convertido en un mendigo emprendió la búsqueda de la liberación.

Durante siete años de peregrinaje constante, Siddharta recibió las enseñanzas de los ascetas brahmanes.

Al igual que estos se sometió a grandes mortificaciones, pero finalmente tuvo que reconocer que este camino estaba errado.

Siddharta continuó su peregrinaje hasta que una noche de plenilunio, cerca de la población de Uruvela, al sur de Patna, meditando bajo una higuera obtuvo la iluminación y se convirtió en Buda.

Los textos budistas explican este suceso diciendo: “En aquella ocasión el Bhagavat estuvo sentado durante una semana en una misma postura, experimentando la felicidad de la liberación”. Al fin de esa semana Buda salió de su profunda meditación y se echó a andar de nuevo por los caminos predicando su doctrina.

Durante los cuarenta y cinco años restantes de su vida, Buda se consagró a su apostolado, muriendo a la edad de ochenta años en Kusinara.

Según la leyenda, viendo cercana su muerte, Buda reunió a sus discípulos y les dio sus últimas instrucciones, exhortándolos a no desesperar, y tomando como evidencia su propia muerte, que debía demostrarles una vez más que todo cuanto ha nacido debe morir.

El último sermón que pronunció concluye con estas palabras: “Y ahora, oh monjes, me despido de ustedes. Todos los elementos del ser son transitorios. Trabajen con empeño en su salvación”. Dicho esto entró definitivamente al Nirvana. Sus despojos fueron incinerados con honores reales.

El sendero budista

El budismo, la doctrina mística derivada de la enseñanza de este hombre ejemplar, concibe al mundo como el dominio del sufrimiento. Fue esa la primera verdad descubierta por Buda en la hora decisiva de su meditación.

Los textos donde están recogidas sus palabras dicen: “He aquí, oh monjes, la verdad sagrada sobre el dolor: el nacimiento es dolor, la enfermedad es dolor, la muerte es dolor, la vejez es dolor, la unión con lo que no se quiere es dolor, la separación de lo que se quiere es dolor, el no obtener lo que se desea es dolor”.

La verdad sobre el sufrimiento no es sólo el punto de partida del budismo, sino de toda la mística hindú. Y es un hecho verdaderamente extraordinario que a nosotros, los occidentales, que vivimos en un mundo lleno de sufrimientos inevitables, nos resulte difícil comprender que la esencia del mundo es el dolor.

Al mismo tiempo el budismo concibe al hombre encadenado a una interminable sucesión de nacimientos y muertes, llamado en los textos el “ciclo de las reencarnaciones”.

A consecuencia de la reencarnación estamos condenados a vivir eternamente en el dolor, vida tras vida, muerte tras muerte. Pero no debe pensarse que de esta idease deriva una actitud pesimista. Todo lo contrario.

Para quien sigue la doctrina de Buda su meta es liberarse de las reencarnaciones que lo atan a la realidad – dolor, escapar de la cadena de existencias sucesivas y remontarse a lo Absoluto. Ahí donde no existe el sufrimiento: el Nirvana.

Todos los hombres pueden alcanzar esta meta siguiendo la doctrina de Buda. Quienes permanecen en el dominio del sufrimiento lo hacen por ignorancia, por desconocimiento de lo que enseña Buda. En su profunda meditación, Buda descubrió el sendero que conduce a la extinción del sufrimiento, a la Liberación.

El Nirvana

En su libro sobre Buda, el doctor Gutierre Tibón define así el Nirvana: “Una condición de total terminación de mutaciones, de perfecto descanso; de la ausencia de deseo y de decepción y de angustia; de total obliteración de lo que compone al hombre físico. Antes de alcanzar el Nirvana el hombre renace constantemente: cuando alcanza el Nirvana no vuelve a renacer”.

El Nirvana es el resultado de una meditación profunda, de un esfuerzo sobrehumano por el cual se destruyen la ignorancia, el apego a este mundo y el odio.

El Nirvana es la abolición del deseo, del sentimiento, de la percepción y de la conciencia. Como dicen los textos budistas: “El Nirvana es la cesación de la existencia”. Es la extinción total, el vacío.