Aranofsky nos ha llevado siempre hacia juegos narrativos interesantes, bajo un formato atractivo de extrañeza. Pi, fe en el caos (1998), hipnótico film de obsesiones y matemática, con un planteamiento casi enfermizo de la deriva de la vida, el judaísmo y la cábala. Dentro de un espacio claustrofóbico, en blanco y negro, pudo expresar una estética sugerente e invitarnos a entrar en una película de total extrañeza. Madre (2017), es una nueva apuesta a la rareza, y a la confusión de lo simbolista o metafórico. En Black Swan (2010) la película se movía bajo el thriller y la profundidad psicológica del personaje central interpretado por Natalie Portman.

En este film nada es lo que parece, tampoco la profundidad psicológica de los actores que se embarcan en identidades evidentes. Eso sí la apuesta por un film de este tipo es brillante por la extrañeza y su radicalidad, el producto final quizás no consigue los objetivos de tal propuesta. La historia es una visión distópica del mundo desde un punto moral sobre lo que hacemos al planeta; a modo de guía de escenas y personajes, Javier Bardem se erige como Dios, el rey creador, egoísta y déspota que hace y deshace a su antojo en el mundo que crea o gira alrededor de él. La casa es alumbrada por la Tierra, el personaje que encarna Jennifer Lawrence (la pacha mamá) y que sufre sus caprichos ante su postura responsable y respetable.

Los invitados, los personajes de Michelle Pfeiffer y Ed Harris son Adan y Eva... y bueno sus hijos Cain y Abel... y me pregunto para que estoy hablando de esto. El film es un intento de pensamiento filosófico existencialista pasado por la moralina cristiana, cayendo en un caos, sobre todo de intenciones intelectuales sin haber tenido en claridad dos cosas, la profundidad y la simpleza.