Nacido para correr, nacido en los USA. En lo alto de una mansión de la colina mirando los límites de la ciudad antes de volver a los brazos de su amor. Tras haber presenciado un accidente en la carretera de unos inmigrantes que trataban de huir de un patrullero fronterizo. Que tenía un hermano irredento, que no encontraba trabajo, ya que lo despidieron del mismo que tuvo su padre. Que se levantaba temprano día sí y día también con el sonido de la sirena de la fábrica. Tras haber demostrado el amor por la noche a su chica, a la que embarazó en ese río hace ya tanto.

Que ni se acuerda de aquellos veranos con Sandy en el paseo marítimo de Asbury Park, de las juergas con sus colegas, solamente cuando coge su coche y hace carreras en la noche con su amigo Sony. Aunque ahora este está en prisión en Darlington.

Podría enlazar y seguir enlazando las historias que me van viniendo a la mente y que forman parte de mi vida, desde que allá por el 86 empecé a escuchar gracias a una casete de mi hermano las canciones del recopilatorio en directo 1975-85.

Una filosofía de vida

Springsteen me enseñó no solo el Ruequenrol, sino un modo de sentir, una filosofía de vida. La honestidad que siempre he admirado en los personajes que encarnaba John Wayne en sus películas y la fuerza que vi en el 82 en Miguel Ríos, se mezclaban en este tipo bakinbardero, al que Gurruchaga en su programa “La Cuarta Parte” llamó el rey del Rock del momento, captando mi atención mientras me enganchaba a esos arreglos de teclado de “Dancing in the Dark”, denostados por algunos, pero para mí esencial “leitmotiv” en su canción.

Tras años de búsqueda, sigue activo en su música. Podría quedarse en su casa contando billetes y organizándolos en tamaño, por orden alfabético o de llegada, etc., pero tras publicar su, a la par estupenda y acelerada biografía, ha decidido que lo mejor es mostrarlo en forma de canciones en Broadway, dejando a un lado el “SpringsteenPark” en que se había convertido su show en los últimos años, para mostrarnos su faceta más desnuda, en una serie de actuaciones en el Walker Kerr Theatre hasta el 3 de febrero.

En la que le veremos ( lo de veremos es un decir) acompañado solo de una guitarra acústica y un piano, pero ofreciendo a cambio dosis de humanidad y honestidad en sus palabras, eso sí, para quien pueda pagárselo, pues la entrada no es que esté a buen precio que digamos.

Canciones como Growin Up, Dancing in the Dark, My Hometown, My Father’s House, The Wish, Thunder Road o naturalmente Born To Run son interpretadas por Springsteen mientras nos trasmite sus sensaciones y vivencias en un show de unas dos horas.

En fín, jefe, pueda verte en directo o no, sea o no lo mismo, siempre estarás ahí con tu música (mientras escribo esto, escucho The River)