En junio de 1940, el ejército nazi ocupaba Francia como si de un paseo militar se tratara, tras atravesar la Línea Maginot sin grandes problemas y embolsar y destrozar al ejército galo en sucesivas batallas. El moderno ejército alemán, con sus Panzer, sus Stukas y sus Messerschmitt, era muy superior a un rival que poco pudo hacer para detener la invasión. La Segunda Guerra Mundial se decantaba en esa fase por el Tercer Reich. Ni siquiera la ayuda británica pudo compensar el enorme desequilibrio de fuerzas. La RAF se preparaba ya para la inminente (y decisiva) batalla de Inglaterra, y la mala coordinación con los mandos del ejército francés, amén del brutal avance enemigo, impidió cualquier contraofensiva efectiva que pudiera frenar el baño nazi.

Dunkerque: una huida para ganar la guerra

"Una retirada a tiempo vale más que una victoria", debió pensar entonces Churchill, que, tras la amarga experiencia de Gallipoli durante la 1ª Guerra Mundial, había aprendido que enrocarse en una situación desesperada solo conduce al desastre, dio Francia por perdida y decidió evacuar al Cuerpo Expedicionario del continente. El lugar elegido para dicha evacuación fue Dunkerque.

Llevada ahora a las pantallas cinematográficas, sobre la fuga de Dunkerque se han lanzado muchos interrogantes. El primero de ellos era por qué Hitler no centró sus esfuerzos en derrotar completamente a un enemigo en retirada y que estaba siendo embarcado en navíos sin armamento militar alguno en muchos casos.

Ahora sabemos que Hitler estaba obsesionado con tomar París lo antes posible para tomar venganza de lo que para él era una “vergüenza nacional”: el armisticio que dio fin a la 1ª Guerra Mundial y que se firmó precisamente en París (concretamente, en Versalles).

¿Un error fatal de Hitler?

Probablemente Hitler obviara la retirada británica y confiara en la Luftwaffe y las nuevas armas experimentales que verían la luz años después para doblegar al Reino Unido.

Por ello, para el Führer, el episodio de Dunkerque solo fue una anécdota más y una muestra de su poderío, que era capaz de hacer huir a un poderoso enemigo como era Gran Bretaña.

Sin embargo, para Churchill el éxito de la evacuación de Dunkerque fue una oportunidad. Una ocasión para levantar el ánimo de la opinión pública, desmoralizada por las noticias del desastre militar en Francia, y supo vender ese orgullo patrio y ese llamamiento a todos los corazones de acero capaces de resistir y, por último, doblegar la tormenta de bombardeos y destrucción que muy pronto les iba a caer encima. Esa resistencia sería capaz de cambiar el curso de la Segunda Guerra Mundial.