Es posible que alguna vez te sientas mal y no puedas explicar por qué; aún cuando logres relacionarlo con una conversación o un hecho, continúas sin saber exactamente qué te ocurre.

¿Qué nos produce esa sensación imprecisa?

Esto ocurre por el mecanismo instintivo de protección emocional (el mismo que nos protege ante tragedias que parecen insuperables) que evita asociarnos con términos que consideramos desagradables o inapropiados: ira, envidia, odio, frustración, vergüenza, arrepentimiento y celos son los más comunes. Es como si pensáramos que una vez admitidos (aunque sea mentalmente) la sociedad nos "etiquetará" para toda la vida cuando en realidad nos hará más fácil trabajar en su modificación.

Por otro lado, si intentamos evadir las emociones, podemos terminar bloqueándolas y sustituyéndolas inconscientemente por un "no siento nada" o peor aún, que se acumulen hasta convertirse en una pesada carga tan imposible de llevar que nos conduzca a la depresión. Es importante establecer una comunicación válida con nosotros mismos: "Lo que sentí hoy cuando vi el anillo de "María" fue envidia" y no sustituirla por otra que nos resulte más aceptable como "me chocó" o "me molestó" dejando la emoción nociva en tierra de nadie.

¿Qué podemos hacer ante sentimientos negativos?

Clasificar las emociones no es fácil porque podemos sentir una diversidad de ellas ante la misma situación. Por ejemplo: una persona se gradúa con honores y pudiera sentir orgullo por recibir un premio; temor porque debe decir unas palabras frente a un grupo; tristeza por haber muerto un ser querido con quien le hubiera gustado compartir ese momento y nostalgia por la etapa que deja atrás para siempre.

Sin embargo, una vez que sea capaz de distinguirlas tendrá la posibilidad de darle un sentido positivo a ese conjunto, algo así como: "feliz porque alcanzó una meta, satisfacción por poder dedicarle el premio al ser querido y entusiasmo por la nueva vida que comienza". Sin dudas, le será más fácil lidiar con el temor. De otra forma lo que sentimos es confusión.

¿Cuántas veces no guardamos un mal recuerdo de un día que debió ser feliz?. Dicho de otra manera, aunque no tenemos control sobre nuestras emociones, sí las podemos encauzar.

El dominio de estrategias que mejoren nuestro sistema de acción-reacción va mucho más allá de una sensación de mayor o menor bienestar. La mayoría de las personas violentas ocultan una frustración que desencadena su ira.

Si es capaz a tiempo de identificar su frustración, le será más fácil controlar su ira y con ello la violencia.

Antiguamente este tipo de emociones se relacionaban a conceptos imprecisos como "remordimiento" o "cargo de conciencia" contra los que no había nada que hacer. Hoy gracias a la ciencia y a los avances tecnológicos disponemos de muchas herramientas para la conducta que ayudan a "optimizarnos" como individuos y como sociedad.