Hace unos días visité un museo voluntariamente. Todo marchaba con normalidad. Me detenía frente a las diferentes pinturas y esculturas el tiempo que estipula el manual de los observadores de arte, para después continuar mi recorrido con disimulada displicencia. Sin embargo, tras varias horas allí atrapado, me percaté de algo sorprendente. Gran parte de las esculturas estaban descalzas. Esto me llevó a preguntarme cómo era el calzado de nuestros antepasados, y sobre todo, qué calzado usaban para andar por casa.

Por ejemplo, los clásicos griegos rara vez llevaban calzado en el interior de sus hogares.

De hecho, los hombres pertenecientes a las clases bajas ni tan si quiera se calzaban en las calles.

Por regla general, la sandalia suponía el calzado por excelencia en la antigua Grecia. Incluso estas eran el único calzado del que disponían las clases adineradas. Como curiosidad, las sandalias de las cortesanas iban en ocasiones adornadas, con las suelas tachonadas con clavos, dispuestos de tal modo que al caminar sobre la arena dejaban huellas con palabras escritas como “sígueme” o “mis ojos están aquí arriba, pervertido”. La segunda expresión es harina de mi costal, pero de la primera se conserva incluso una sandalia, la cual fue hallada en el Bajo Egipto.

Los etruscos, antes de que sufrieran la influencia del pueblo griego y se pasaran a la sandalia, vestían un tipo de botas altas con cordones, con las puntas levantadas, cuyo origen se sitúa en Asia Menor.

Como vamos comprobando, el calzado se regía por las reglas de la moda, recibiendo influencia de diferentes culturas.

Siguiendo con la estela de las influencias, cabe decir que los persas, invasores de la civilización babilónica de bota cerrada en el siglo VI a.C. por causas ajenas al calzado, eran dados al uso del cuero. Con este fabricaban sus conocidas botas cerradas flexibles, ligeramente curvadas hacia arriba a la altura de los dedos.

Tal y como sucede en la actualidad, el estilo a la hora de vestir venía determinado por los outfits que elegían las celebrities de la época, es decir, los reyes y reinas, emperadores y emperatrices, y sacerdotes. Por ejemplo, la Dama de Baza destacaba por usar zapatos con elementos cerrados tipo escarpín y de cuero o esparto; el rey Edgar de Winchester acostumbraba a usar polainas; la reina merovingia Arnegonde vestía zapatos cerrados de cuero negro atados con cordones largos que se cruzaban por delante hasta una especie de jarretera.

Aunque quien más llamó la atención por su estrambótico calzado fue el mismísimo Carlomagno, que solía calzarse unos zapatos de cuero color escarlata con ricos bordados y esmeraldas.

Por otro lado, los romanos, gente práctica ante todo, llegaron a disponer de más de diez tipos de calzado. Desde la sandalia y la alpargata, pasando por los zuecos, calceus (uso habitual), repandus (con la punta levantada), calceolus (para mujeres y niños), y la caliga (calzado militar), hasta las botas como el cothurnus (usado en teatro) o el mulleus (tipo borceguí). Probablemente fueran la sandalia y la alpargata las zapatillas usadas para andar por casa. De hecho, debido a su flexibilidad y peso, se cree que esta última fue la primera en ser lanzada por una madre romana contra la cabeza de su hijo romano.

Actualmente hemos desarrollado en exceso el género de las zapatillas de interior. Entre muchas otras tenemos las zapatillas estándares de uso habitual, las chanclas para climas cálidos, las zapatillas horteras vestidas exclusivamente en navidades, las de Hello Kitty para los invitados, o las zapatillas con el talón al descubierto, perfectas para regar las plantas del rellano. Pero, a pesar de la existencia de tanto género, sigo sin ser capaz de distinguir cuáles son las zapatillas más apropiadas para bajar la basura.