En el siglo XIX, coincidiendo con el enlace matrimonial del Emperador Napoleón III con la granadina Eugenia de Montijo, el triunfo en París de infinidad de compañías de ballet españolas y el creciente interés de los artistas franceses por el arte barroco español, origen de las más grandes obras del Realismo, el Impresionismo y el Postimpresionismo de la Historia, el novelista y dramaturgo Alejandro Dumas, acuñó una curiosa cita que traspasó fronteras y ha llegado hasta nuestros días: "…El África empieza en los Pirineos…". Cuando el autor de «El conde de Montecristo», supuestamente lo escribió, lo hizo refiriéndose a la luz que los pintores iban a buscar al norte de África, y destacando así mismo, el exotismo de esas tierras como atributo positivo.

Y digo, supuestamente, porque Dumas padre, siempre negó como suya la sentencia, atribuyéndole tal honor, a su amigo, un acaudalado hispanista y coleccionista, el barón Jean Davillier.

Sea como fuere, lo que ninguno de ellos imaginó es que, un siglo después, los círculos más reaccionarios y absolutistas opuestos del liberalismo en España le darían un giro de tuerca, otorgándole un sentido burlesco para ridiculizar las corrientes liberales afrancesadas que tomaban fuerza en la sociedad, y ya posteriormente, con el paso del tiempo, y con el uso y el mal uso de la expresión, allá por la década de los sesenta, acabó derivando en la acepción más despectiva de la cita y siempre como sinónimo de subdesarrollo de ciertos países europeos para referirse al precario nivel en cualquier orden respecto a ellos, que tenía aquella España de toros, copla y fútbol, ahogada en las grises brumas de un régimen dictatorial.

Lo que tampoco imaginaron aquellos dos franceses, sea cuál sea de ellos el autor de la cita, que dos siglos después, en un mundo mucho más avanzado, donde estamos permanentemente interconectados entre nosotros con las redes sociales, Internet, teléfono móvil…, y sin importar el rincón del planeta en el que residas, su país vecino del otro lado de los Pirineos, la rescataría del tópico más burdo y de mal gusto, para elevarla a la categoría de principio universal, gracias a su élite política, financiera, sindical y empresarial.

Sí. Porque aquí no se libra ni el tato. No importan ni las siglas, ni el color de la ideología, ni el cargo, ni el género sexual, ni las creencias religiosas…, ni tampoco la edad, pues en vista de las noticias de las últimas semanas, contamos con una prometedora cantera de estafadores y cuatreros. También es cierto que, en todos esos ámbitos, el político, el financiero, el sindical y el empresarial, hay gente honrada, honesta en sus palabras y en sus actos, íntegra y decente en la ejecución de sus cometidos.

Pero lamentablemente, en sus cestos se esconden muchas manzanas podridas y corren el riesgo si no se desprenden de ellas, de que emponzoñen las manzanas sanas. Y a las pruebas me remito.

Cada día, todas las mañanas, nos despertamos con una nueva noticia sobre otro caso de corrupción, descubriendo que quién ayer era un honorable hoy es un sinvergüenza por calificarlo educadamente, que quiénes aconsejaban públicamente a los ciudadanos apretarse el cinturón y les reprochaban haber vivido o vivir por encima de sus posibilidades gozaban de unas tarjetas de crédito infinito y gratuito pues no reintegraron ni un solo céntimo de los millones de euros que despilfarraron en su provecho personal, o quién osaba dar lecciones de ética y honradez resulta ser el cabecilla de una red de corrupción de cobro de comisiones ilegales y tiene varias cuentas en Suiza… Y así, un suma y sigue constante.

Un inagotable chorreo de putrefacción cuyo hedor ya es imposible ocultar.

¿Qué nos diferencia de cualquiera de esos países africanos gangrenados por gobiernos e instituciones corruptas? Visto desde fuera y así lo han reflejado en varias ocasiones algunos medios de comunicación internacionales cuando nos han situado a la misma altura de Botswana en el ranking de países con un alto índice de corrupción, solo el color de la piel. Porque lo más sangrante de todo este apestoso asunto, es que en este país de pandereta donde vivimos, esa carroña que hasta ahora se ocultaba en sus madrigueras en las cloacas, además de robar impunemente, no solo no se avergüenzan ni se arrepienten por ello, también se ríen de nosotros, se burlan sin ningún rubor.

Y lo hacen dilatando eternamente los procesos judiciales cuando no boicoteándolos con presiones de todo tipo, aunque después exijan al resto de los mortales poniéndose como ejemplo, la libre actuación de la justicia y el respeto a las ejecuciones de las sentencias.

Y los que argumentan el desconocimiento de las fullerías y embrollos de esos mismos hoy defenestrados de sus pedestales de poder pero de los que en el pasado pregonaban sus muchas virtudes y triunfos entre abrazos fraternales, sonrisas cómplices y palmaditas en la espalda, se limitan a pedir perdón públicamente como si con eso bastara, y a prometer lo ya prometido en anteriores ocasiones sobre el endurecimiento del código penal, el cambio o la reforma de las leyes, etc, etc, etc…, pero que a la vista de los hechos, nada de lo prometido o reformado ha servido en absoluto.

Los delincuentes se propagan como un cáncer en su fase de metástasis en la salud de esta democracia nuestra cada vez más debilitada y desgastada, y quiénes deberían extirparlo, se limitan a administrarle tratamientos paliativos absolutamente ineficaces, y que solo sirven para maquillar el grave mal que nos afecta y no para atajar definitivamente la enfermedad.

Estoy de acuerdo con que deben cambiar muchas cosas, entre ellas, las leyes y el código penal. Pero de nada sirven los cambios, si antes no hacemos como se dice en Catalunya: "Fer Dissabte", una expresión catalana que significa hacer limpieza a fondo. O sea, limpiar la mierda. Vaciar armarios y cajones, barrer y fregar debajo de las alfombras, sacudir las telarañas de los rincones, retirar muebles, airear las habitaciones, lavar cortinas, tirar todo lo viejo y lo que huela a naftalina y a moho… Y en nuestro caso concreto, no vendría de más una buena mano de pintura en las paredes y el cambio de tuberías y cañerías.

Por si las moscas. Y una vez saneada nuestra casa, permitamos que el aire limpio, aire no contaminado nos devuelva la esperanza de que después de todo, otro país, otra España, sí es posible, y que esa otra África infestada por el cáncer de la corrupción, al menos, no empieza en los Pirineos.