La Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer ha asegurado, basándose en diferentes trabajos de investigación  realizados conjuntamente en todo el mundo, que la obesidad contribuye de una manera activa en el desarrollo  de ciertos tipos de cáncer. Así la ven presente en más de un tercio de los cánceres de útero y esófago y en un cuarto de los cánceres renales. También dicha Agencia ha alertado un riesgo mayor  de desarrollar otros cánceres  como el  cáncer de mama postmenopáusico, cáncer de endometrio, cáncer colorrectal, cáncer de la vesícula biliar, de riñón, de páncreas y de tiroides.


El fenómeno es tan evidente que  la  Sociedad Americana Contra el Cáncer ha llegado a asociar el exceso de peso a 14% de todas las muertes por cáncer entre los hombres y a 20% entre las mujeres.

La primera razón por la que la obesidad favorece al cáncer es la abundancia del tejido graso. El tejido graso hasta hace pocos años  tan sólo era considerado  un depósito de células cuya finalidad únicamente consistía en  ser un lugar de  reserva de combustible de donde podía provenir una energía cuando los requerimientos del organismo la necesitaba.  Ahora se sabe que este tejido es mucho más importante de lo que se pensaba con anterioridad ya que se ha descubierto que  produce una asombrosa cantidad de hormonas. Se ha comprobado que el tejido de las zonas grasas tiene una actividad metabólica altísima y es muy influyente por  lo tanto en todo el cuerpo.

Entre las hormonas que produce los depósitos de grasa se encuentran los estrógenos , hormonas femeninas sintetizadas  en grandes cantidades cuyo efecto podía agravar el cáncer de mama y el de útero.
Se ha comprobado que aunque las mujeres después de la menopausia sus ovarios producen muchos menos estrógenos  sí lo siguen haciendo sus tejidos grasos, sobre todo las  personas obesas en  las cuales la producción  de esta hormona es altísima. Este exceso de estrógeno producido por la grasa puede alimentar  un cierto tipo de  células cancerosas que son sensibles a esa hormona.