El verano llega a España, nada atípico por estas fechas. Algo más inusual (debido a su periodicidad.) es la Copa del Mundo de la FIFA. Sea como fuere, el fútbol, ese gran amigo de los hogares (y las mentes) de los españoles vuelve a instalarse durante unos meses más en las pantallas de televisión de medio mundo.

Hace años un filósofo alemán llamado Karl Marx, escribió una frase que puede extrapolarse a la perfección a esta situación futbolística: "La religión es el opio del pueblo." Sustituyamos a Jesús por Vicente del Bosque, y a la cruz por el balón.

Cambiemos ritos por cántico, iglesias por estadios.

Cierto es que el fútbol es un deporte que mueve masas, tanto es así que allá donde miremos, veremos algo relacionado con el Mundial. En los bares se habla sobre Diego Costa y su titularidad, sobre si Casillas debe o no estar en la portería. Partidos, apuestas, disputas entre partidarios del doble pivote y el clásico 4-4-2. ¿Dónde quedan es este mes mundialístico la crisis, la abdicación del Rey, las reformas legales del gobierno…?

El fútbol en España ha pasado de pasión a devoción. Muchos dirán que consigue que la gente olvide los problemas y disfrute durante un rato, o que consigue que las banderas españolas ondeen en muchos balcones sin miedo a que les tachen de "fachas." Eso es precisamente lo que el poder político quiere a día de hoy, que los ciudadanos se dejen atontar por once caballeros que llevan cosido en sus camisetas (rojas, como no) el escudo nacional.

De lo que la gente no es consciente, es de la identidad que estos símbolos poseen cuando la Selección no juega, en el día a día. Hablamos de una bandera de la que cierta ideología conservadora (Ellos prefieren llamarse "Cristianos demócratas") se ha apropiado poco a poco. Es común ver banderas con águilas franquistas en los grandes estadios españoles.

Es común ver gritos racistas e identificar los colores de un equipo con ellos. ¿No será fácil entonces identificar la bandera española con quienes se han apropiado de ella? El fútbol no promueve el fascismo, pero el fascismo mueve sus hilos en el mundo del fútbol.

Pueden quitarnos la educación, pueden quitarnos la sanidad, pero mientras gane España el Mundial, los españoles seremos felices (Aunque no sepamos contar los goles y el cólera y la viruela nos ataquen de nuevo.).

Veremos a los niños brasileños llorando en un rincón de las favelas, pero Maracaná lucirá iluminado mientras unos cuantos adinerados chillan como animales viendo a sus equipos patear una pelota. Veamos como un país odia otro por un fuera de juego. Veamos también como los ídolos de oro del siglo XXI sudan como cerdos y se regodean (en escasa educación) de ser mejores que la clase obrera.

A día de hoy el fútbol se ha convertido en un arma para controlar mentes débiles, en un juego de hipócritas en el que, gane quien gane, pierde su público, el pueblo. No importa si después un político cobró sueldos de una empresa privada, no importa si mueren inmigrantes por buscar un futuro mejor, si detienen a jóvenes por manifestarse.

No importa. Seguiremos ondeando una bandera con la que la derecha extrema se identifica, tumbados en el sofá, mirando nuestro televisor de una ingente cantidad de pulgadas, mientras el mundo que conocemos es destrozado por aquellos a quienes seguimos votando. España, país de ignorancia.