No fue casualidad. Se veía venir, al menos desde el inicio de esta temporada. Para muchos expertos, la humillante derrota del Barcelona en París no fue casualidad. Es más, había síntomas en el equipo de Luis Enrique que hacían prever que algo de ese calibre, el 4-0, podía ocurrir más temprano que tarde.

Durante la última década se ha visto al Barcelona como el modelo a seguir, con un modelo que lo basaba todo en la cantera, en dominar al rival mediante el control del juego, una rápida circulación de balón, y en el que la presión, independientemente del "status" del jugador, era coral y fundamental.

El pasado martes en París nada de lo expuesto en este párrafo se cumplió. Y en lo que va de temporada más de lo mismo. Han sido muy pocos los partidos en los que se ha visto un Barcelona fiel a su estilo de principio a fin. La constante durante todo este año ha sido, hasta el momento, ver un equipo irregular, que se conecta y se desconecta de los partidos en un abrir y cerrar de ojos. Y que no gobierna el centro del campo, aquello por lo que se ha caracterizado y por lo que enamoró a más de los que desenamoró. La ausencia de Xavi se ha sustituido con jugadores muy distintos a sus características. Los Rakitic, André Gomes e incluso Denis Suárez son jugadores más verticales y físicos, exceptuando Denis que es más técnico.

Y se dejó escapar al más parecido, Thiago.

La unión de todas estas circunstancias ha propiciado que los equipos que se enfrentan al Barcelona le hayan perdido el respeto. Al fin y al cabo lo más importante. Durante la ultima década lo común era ver a los rivales rendidos sobre el campo, como si ya salieran al terreno de juego con desventaja.

Esto, ahora mismo, ya no sucede. Son muchos los equipos que, ahora, le salen a presionar y que incluso se atreven a robarle la posesión de balón. Véase el partido de liga en Anoeta, la segunda parte en el Calderón y la primera en el Camp Nou durante las semifinales de Copa o el reciente partido de París. Todos ellos buenos equipos, capaces de controlar el partido en determinadas fases del mismo y con el suficiente potencial ofensivo como para hacerles daño.

El que juega con fuego se quema. Y a pesar de que ni contra Real Sociedad ni Atlético de Madrid se quemó, sí que lo hizo contra el PSG. Y la quemadura no fue leve, más bien al contrario.

Este Barça, para lo bueno y para lo malo, depende, y mucho, de sus tres delanteros. La llegada de Neymar y Luis Suárez, junto a la presencia de Messi han hecho que se pase de un juego combinativo a uno más directo, más rápido, de contragolpes, y ante el que la gran mayoría de rivales sí plantean un partido de tú a tú, nada pueden hacer y suelen sucumbir. Eso si miramos el lado positivo. En el lado negativo, ese querer llegar lo más rápido posible a la portería rival repercute en que el equipo contrario también encuentre más huecos y tenga más ocasiones, y que acabe siendo un partido a cara cruz, a ver quién golpea más fuerte. Y el martes el PSG le dio un golpe que deja prácticamente K.O. al Barcelona.