De todos los insultos que existen en castellano, el término "gilipollas" es el que se lleva la palma. Lo que sucede es que la mayoría que pronuncia esta palabra para descalificar a alguien desconoce su procedencia, en este caso, madrileña.

Según señala Pancracio Celdán en su Gran Libro de los insultos, este término no es anterior al siglo XIX y que no ha sufrido variaciones con el tiempo desde su creación. Esta palabra soez incluso ya aparecía reflejada en Misericordia, novela escrita por Benito Pérez Galdós en 1897 que describe los fondos más bajos de la sociedad madrileña de su época.

Sin embargo, existe una leyenda urbana (historia que ha surgido en la urbe, en la ciudad) que sitúa esta "palabrota" en el Madrid del siglo XVI, en concreto en la figura de Baltasar Gil Imón de la Mota, que era el Contador Mayor del reino.

Se dice que Baltasar Gil acudía a todos los eventos a los que era invitado acompañado de sus tres "pollas", que era cómo en aquella época se denominaba a aquellas hijas que estaban en edad de casamiento. Iban con su padre a todos los lados, ya que éste quería que encontraran dos pretendientes de la alta sociedad madrileña con los que se casaran. Las tres jóvenes no eran para nada agraciadas en lo físico y no tenían las capacidades intelectuales que podía tener su padre, por lo que Gil tenía muy complicado conseguir su objetivo.

La costumbre de ser acompañado a todos las celebraciones por sus hijas hizo que la gente se jactara de aquel personaje, donde cada vez que le veían gritaban algo así como "¡Ahí va Gil con sus pollas!".

Esta exclamación comenzó a ser una constante en todas las fiestas a las que el Contador Mayor era invitado, víctima de todo tipo de escarnios.

La expresión alcanzó tal fama en el Madrid de finales del siglo XVI que pronto se tornó en una palabra despectiva que se refería a aquellas personas que no destacaban por su inteligencia.

Con el paso del tiempo, se convirtió en la palabra "gilipollas", que aún en la actualidad se usa con gran frecuencia y se encuentra registrada en la Real Academia de España como un adjetivo malsonante que denota necedad o estupidez.

Hoy Baltasar Gil Imón es recordado con una calle madrileña que une el Paseo Imperial con la Ronda de Segovia, aunque quizá ha pasado a la Historia por ser el desencadenante de uno de los insultos más utilizados por los españoles para descalificar. Y todo por no haber conseguido que sus "pollas" contrajeran matrimonio...