Desde tiempos inmemoriales, el Ser Humano ha tenido claro que uno de los principios básicos que rige el orden en la vida es el intercambio. “Todo es a cambio de todo” y no existe la evolución ni el progreso sin que para lograrlo haya que ofrecer algo por ello.

Siempre ha sido tal nuestra conciencia al respecto que, en el siglo VII antes de Cristo, se inventó la moneda el dinero ha sido uno de los bienes más preciados para la humanidad, precisamente por eso, porque su valor depende del valor que le otorguemos a aquello que lo representa.

El dinero ha llegado a convertirse en una especie de “Dios”, de ente “Supremo” declarado por muchas personas, que le rinden culto, veces sin saber realmente qué es, y mientras los moralistas dicen que el dinero no da la felicidad e intentan evitar una sociedad basada en el consumo, los fanáticos del dinero afirman “que sin dinero no se puede ser feliz”.

Y es que no se trata ni de una postura ni de la otra, sino de ambas, sabiamente combinadas. Los radicalismos acaban haciéndonos perder la perspectiva de las cosas y caer en posiciones obsesivas y carentes de pragmatismo.

Sin embargo, hoy en día, el ente supremo “Dinero” está perdiendo terreno y empezando a ser reemplazado por algo que hasta ahora no se había valorado tanto: El Tiempo.

Y es que volvemos a lo mismo.

¿Qué es el tiempo?

El tiempo es una unidad que mide la existencia de las cosas, es decir, el intervalo o recorrido que realizan de acuerdo a su cambio, a su desarrollo, desde el nacimiento hasta la muerte o transformación de las mismas.

Sin embargo, seguimos sin saber qué es realmente.

Lo que sí sentimos es que forma parte de nosotros y que define el antes, el ahora y el después.

El antes viene configurado por nuestra memoria en forma de recuerdos, que impiden que cada día salgamos de cero, porque generan aprendizaje y conciencia de evolución. Luego el pasado por un lado es efímero en tanto sucede y se desvanece, pero por otro, es una realidad que permanece mientras nuestra mente la retenga.

El presente es lo inmediato, lo que estamos palpando, lo que es y sentimos.

Es susceptible a convertirse en pasado, por lo que, o se recicla o desparecerá.

Y el futuro, ¿qué es el futuro?

Mucha gente dice que el futuro no existe y es que es algo demasiado vulnerable a ser modificado, que nuestra mente no logra concebirlo como parte de nuestra realidad. Y resulta, que en cierto modo, sí lo es.

¿Y cómo el futuro puede formar parte de nuestra realidad, si todavía no sabemos que sucederá?

Muy sencillo. Al ser humano le aterra la incertidumbre, caminar a ciegas. Si nos movemos desde el presente y, por lo tanto, vivimos bajo “ese no saber”, o aprendemos a no temerlo, o podemos vivir inmersos en un drama constante. Es por ello que nuestro cerebro tiene la necesidad de crear realidades no existentes, proyecciones de lo que queremos que ocurra. Esas proyecciones pueden llamarse “expectativas”, por ejemplo, y se crean en base a nuestros deseos, pero también, bajo las creencias que rigen nuestros deseos.

Estas “expectativas” dibujan diferentes caminos que percibimos como posibles y que decidimos consciente o inconscientemente, recorrer, y fruto de estas decisiones nuestra vida se construye, generando un presente que se convertirá en pasado y formará parte de lo que somos o nos va construyendo.

Atendiendo a todo esto, voy a formular la gran pregunta.

¿Cómo saber si estoy invirtiendo o perdiendo mi tiempo?

Esta pregunta, en tanto somos consciente de que nuestra vida es finita, cada vez toma mayor importancia, porque, como comentaba, “El Tiempo” está adoptando cada vez más protagonismo en nuestra estructura social, eclipsando, en cierto modo, al, hasta ahora, “Dios Dinero”.

La respuesta puede ser muy compleja y muy sencilla a la vez.

Invertimos el tiempo cuando aquello en lo que lo empleamos se convierte en una herramienta o recurso útil que nos acerca hacia “nuestras expectativas”, es decir, hacia nuestra proyección mental de lo que queremos lograr.

¿Esto quiere decir que si nos aleja lo estamos perdiendo?

Depende… porque perder o ganar es un sentimiento, no una realidad. Culturalmente nos enseñan que perder o ganar es algo que sucede, que simplemente ES, pero si lo analizamos con profundidad y buscamos ejemplos en la historia, lo que pudiera parecer ese “perder” no supuso después tal pérdida, de igual modo, que en otras ocasiones, lo que parecieron victorias, con el tiempo, no lo fueron tanto.

Luego, ¿se puede perder el tiempo? Dependerá de ti, de cómo concibas tu existencia y lo que sepas ver y/o aprovechar de cada situación.