Nacida al compás del siglo XX, Cecilia Payne-Gaposchkin, justo el diez de mayo de 1900 en Inglaterra, brillaría su grandiosidad como uno de los hermosos astros estelares que tanto le maravillaban.

Aunque su apellido Gaposchkin, suena más a receta de postre rumano, ruso o de alguno de los países de esa zona de Europa, debería estar tan íntimamente reconocido y ligado a la Astronomía como el de Newton está a la fuerza de la gravedad.

Acceso a la universidad, pero no al título

Con 19 años consiguió una beca para estudiar en un instituto que dependía de la Universidad de Cambridge.

Comenzó estudiando física, química y botánica, aunque tardó poco en descubrir que lo que en verdad le apasionaba era la astronomía. Acabados los estudios, se encuentra con la injusta realidad de no poder tener la titulación correspondiente, tal era la discriminación a la mujer que éstas no obtuvieron el título por la licenciatura hasta 1948.

Cruzar el Atlántico en busca de su destino

No se resigna sin embargo Cecilia a quedarse el resto de su vida en Inglaterra como profesora de instituto, pues eso significa renunciar a sus sueños y no estaba dispuesta a hacerlo. Busca la manera entonces de seguir con sus estudios y encuentra un programa en EE.UU. que becan a las mujeres para formarse y trabajar en astronomía.

Sin pensarlo, y tras obtener la beca, viaja hasta Massachusetts, donde en solo dos años presentó su tesis doctoral “Stellar Atmospheres […] of the stars”. Debido a ello recibió el elogio a la mejor tesis de astronomía de la historia de astrónomos reconocidos como Otto Struve y Velta Zelberg, con lo que se comienza a situar entre los grandes.

¿Qué fue lo que la hizo tan imprescindible?

A Cecilia no le bastaba con mirar al cielo y observarlas sino que su máxima curiosidad era conocer su composición, además estaba convencida de que era capaz de averiguarlo. Si de pequeña hubiera preguntado eso a sus mayores, estos habrían respondido cualquier cosa, ignorando que años más tarde la curiosidad de la niña ella misma la despejaría con formulas matemáticas y ecuaciones, hasta averiguar esa gran incógnita hasta el momento.

No faltó el respetable catedrático astrónomo que le puso pegas a su tesis, subestimando su labor… Se trataba del trabajo de una mujer, no podía ser algo acertado ni serio, ¡por favor, ni pensarlo!

Helio e hidrógeno, base de las estrellas y el universo

Aun habiendo realizado una magnifica tesis, su valor y descubrimiento quedan en entredicho y no se le da el lugar que toca, pues no consiguió el título de astrónoma hasta 1938, no fue hasta 1943 que fue elegida miembro de la Academia de las Artes y las Ciencias y hasta el 56 no fue profesora asociada en Harvard, por cierto que fue la primera mujer que lo consigue.

Por supuesto, todos estos estudios, investigaciones y trabajos llevando el peso de una familia con tres hijos (que se llevaba al trabajo y no dejaban nada quieto), la casa y las consabidas cargas que desde que se nace la mujer tenía asignadas como una maldita herencia.

Una científica estrella en la oscuridad

Para compensar tanta discriminación, después y para enmendar un poco tanta falta de consideración y respeto, los mandamases en la materia decidieron bautizar con sus apellidos a un Asteoride en particular, el 2039, entre otros agradecimientos y premios. Era lo mínimo que se merecía, pues a nivel popular su nombre navega en un tremendo anonimato, mientras el de sus homólogos masculinos se registran en los libros de astronomía con gran reconocimiento.