Lo cierto es que el cannabis puede dañar nuestro cerebro, ya sea consumido de forma diaria o puntual. Los expertos aseguran que dos factores fundamentales son la edad a la que se empieza a fumar porros o la cantidad de años durante los que se consume la droga. A pesar de los cientos de estudios e investigaciones hechos hasta el momento, todavía no se tiene una certeza absoluta sobre si sus efectos son permanentes o no, lo que es seguro es que no son precisamente beneficiosos.

Nuestra estructura y función cerebral puede verse seriamente perjudicada, más aún en adolescentes que empiezan a fumar antes de los 16 años de edad.

Además, altera la percepción sensorial, nuestra capacidad de concentración y memoria, eso por no mencionar otras consecuencias como el aumento de ansiedad, ataques de ansiedad o insomnio. En todos los experimentos realizados hasta la fecha, los efectos perjudiciales del cannabis eran más evidentes en quienes llevaban fumando desde la adolescencia.

Fuentes expertas en la materia insisten encarecidamente en desmentir el mito de que el consumo ocasional no supone un problema, hasta el punto de que muchos se preocupan por evitar que cualquier menor de 25 a 30 años fume estas sustancias. Cuanto antes se empieza, más posibilidades hay de que la persona experimente cierta lentitud para realizar tareas que requieran mayor concentración o incluso de que la persona pueda sufrir un derrame cerebral.

Los cambios neurológicos no son notables a corto plazo, pero se piensa algunos de ellos pueden ser irreversibles tras 10 o más años de consumo.

Adicción

También se ha generalizado la idea de que los porros no son adictivos porque su dependencia sea menor en comparación con otras drogas como la cocaínao el tabaco.

No obstante, cualquier droga que modifique las estructuras cerebrales causa adicción, y por tanto, síndrome de abstinencia cuando el consumo es ininterrumpido durante largas temporadas. Aunque todavía no hay pruebas concluyentes sobre qué cantidad de marihuana sería segura o qué tanto nos afecta, si se tiene constancia del deterioro del ‘cableado’ del cerebro.